Buenas noticias para el arte local: Montehermoso acaba de lanzar una convocatoria cuyo objetivo es ofrecer a nuestros artistas la posibilidad de presentar su trabajo a través de actividades que fortalezcan su difusión. Y para ello se destina una cuantía económica de diez mil euros, más los espacios y dotaciones del centro. No es mucho dinero, pero algo es algo. Y dada la paupérrima situación del arte en nuestro territorio, bienvenida sea esta convocatoria.
Hay ciudadanos que se plantean por qué el contribuyente tiene que aportar dinero para el arte. ¿Por qué no dejarlo en manos de los consumidores, sujeto así a las leyes del mercado?, se preguntan. Yo, obviamente, estoy con el sector de la sociedad que defiende las políticas culturales en las que se apoya el arte, la cultura, la educación a través de todos los medios posibles, incluyendo el sistema de subvenciones. Para eso hay que entender que la cultura, el arte y la educación son fundamentales para el desarrollo del ser humano. Son bienes de mérito que dejados en manos privadas, sujetos a las leyes del mercado, no se sostendrían. ¿Puede un museo funcionar sin ayudas públicas, por ejemplo? ¿O una biblioteca? ¿El teatro, la opera, sobrevivirían sin el apoyo de lo público? ¿Y los artistas? Sobre el tema de la sostenibilidad de la cultura se ha debatido mucho a lo largo de las últimas décadas, llegándose a concretar el problema en la llamada enfermedad de los costes: el capital generado por la demanda de la ciudadanía no llega a cubrir los costes culturales de una comunidad. Se necesita la intervención del Estado si queremos cultura, arte, educación para todos. Sin ese apoyo, sólo las élites podrían acceder a estos bienes. Pero claro, sucede que muchos contribuyentes nunca acuden a un museo, a una obra de teatro, a una biblioteca? ¿Por qué pagar por ello?, se preguntan. La respuesta es obvia: para que otros lo hagan. Pues de la misma manera que uno puede que nunca pise un hospital en su vida, o que nunca acuda a una universidad, no por ello puede pensar que esos servicios son innecesarios. En definitiva: hay que pensar en el bien común.
En cualquier caso como las razones anteriores requieren de cierta sensibilidad, muchos no las aceptan. Y por esa razón desde hace también varias décadas se han puesto de moda los estudios de impacto económico de las actividades culturales. El objetivo de estos tratados era, y es, convencer a la opinión pública de que la cultura contribuye al PIB y a la generación de empleo. Incluso la gente de la cultura utiliza estos estudios como argumento para justificar el apoyo público al arte y la cultura. Aunque sabemos que estos estudios son fáciles de reconducir hacia dónde el organismo que los encarga quiera: dependiendo de la metodología empleada los resultados pueden variar considerablemente. En definitiva, volvemos a los argumentos más irrefutables: el arte, la cultura, la educación son procomún, bien común y por ello hay que apoyarlos.