jORGE Oteiza fue, sin duda, uno de los grandes artistas del siglo XX. Creador de obras, de ideas, de teorías y de un sinfín de emanaciones culturales y sociales, su figura trasciende con mucho la mera definición de artista. Su legado vital ha dejado tras de sí un reguero de influencias, en su propia generación y en las que le han seguido, que perduran indelebles y todavía se citan a día de hoy. Y se citarán. Jamás vacío alguno estuvo tan lleno de contenido como el suyo.
Nacido en Orio en 1908, su historia es la de una persona de fuerte carácter, controvertida en sus opiniones, pocas veces exentas de una reflexión exhaustiva, pero contundentemente firme a la hora de mantenerlas... aunque con el tiempo variaran no solo en forma sino también en contenido.
Sus primeros acercamientos a la actividad artística tuvieron lugar en los años 20 del pasado siglo. Autodidacta en su formación, sus obras iniciales tuvieron en el cubismo, primitivismo y expresionismo sus principales referentes. Precisamente, con la idea de investigar la escultura precolombina se trasladó a Sudamérica en 1935, donde desarrollaría una amplia labor artística tanto para sí mismo como para los demás, ya que ejerció como profesor de cerámica en Argentina y Colombia. Este periplo vital y artístico conformó los pilares de gran parte de su creación, pilares que puso en negro sobre blanco en dos publicaciones esenciales para entender su obra: Carta a los artistas de América (1944) y La interpretación estética de la estatuaria megalítica americana (1952).
Arantzazu Saltando por encima de la Guerra Civil, Jorge Oteiza regresa a España en 1948, fijando su residencia en Bilbao. Solo dos años más tarde, en 1950, el de Orio acomete la creación de una de sus obras más emblemáticas, la estatuaria para el friso y la fachada del Basílica de Nuestra Señora de Arantzazu, que le fue encargada mediante concurso y que materializaría el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza. Según explica Txomin Badiola, en el perfil biográfico realizado para la Fundación, "este proyecto supuso para Oteiza la oportunidad de relacionar la noción de una nueva espiritualidad de raíz estética emanada del arte moderno, con un sentimiento religioso popular, y para ello renunció a un tipo de expresión estrictamente abstracta por otra que fuera capaz de conectar con un colectivo para el cual la referencia figurativa era imprescindible". Sumergido de lleno el proyecto, el problema llegó la Iglesia prohibe los trabajos, retrasando su conclusión hasta 1968, año en el que se terminó de colocar el friso de apóstoles. "A partir del momento de la prohibición de Arantzazu, el escultor retomará y concretará su Propósito experimental, desarrollado a partir de cientos de pequeñas maquetas en materiales muy básicos que conformarán el llamado Laboratorio Experimental", rememora Badiola. Un laboratorio del que surgirían las famosas cajas y construcciones vacías, así como la desocupación de la esfera o la apertura de los poliedros. Precisamente, con su Propósito Experimental (1955), Oteiza se presentó en la Bienal de São Paulo (1957), donde obtiene el premio extraordinario de escultura.
Abandono de la escultura En 1959, Jorge Oteiza decide abandonar la actividad escultórica al entender que era una fase ya concluida. "Oteiza se vio enfrentado a una cuestión de tipo ético: ¿Una vez concluido un proceso experimental, debe el artista seguir afanándose en su propia expresión, o debe de pasar a otro estadio, renunciando a su práctica profesional y abrazando modos nuevos de intervención creativa en lo social? Pregunta a la que se responde con la convicción de que el sentido final del arte se encuentra fuera del arte mismo: 'Si el artista contemporáneo no concluye dentro del arte, el hombre con una nueva sensibilidad existencial no nace, el hombre políticamente nuevo no empieza", explica Badiola poniendo en claro el auténtico paradigma que llevó al de Orio a abandonar su creación escultórica en su momento de mayor auge y repercusión.
'Quosque tandem...!' En 1963, Oteiza publica Quousque tandem?! Ensayo de interpretación del alma vasca, su obra más conocida. En este libro hace una defensa de la cultura popular vasca y su identidad, a la vez que propone la estética como ciencia para, en cierto modo, alcanzar el conocimiento. El alma, el crómlech, la estética negativa o la conclusión del arte son algunos de los conceptos que afronta en un texto que se presenta sin paginación numérica alguna. A este libro le siguió Ejercicios Espirituales en un Túnel, obra que fue prohibida por la censura franquista, no publicándose hasta la década de los 80.
Laboratorio de tizas y Alzuza Entre 1972 y 1974, explica Badiola, "Oteiza decidió completar algunas de la series que habían quedado inconclusas al abandonar la escultura y desarrolla su Laboratorio de Tizas". En 1975, el de Orio se instaló con su mujer en Alzuza a la par que retomó con inusitada fuerza su producción poética. Los años 80 fueron de reconocimiento estatal y mundial, con, por ejemplo, una antológica que visitó Madrid, Barcelona y Bilbao.
En 1992 donó su legado a Navarra. "El Guggenheim es una traición cultural y estoy harto de traiciones. Este país no tendrá remedio hasta que se vayan sus actuales gobernantes, hasta que se vaya Arzallus. Así que se lo doy todo a Navarra a ver si me dejan en paz", sentenciaría el propio Oteiza.
Tras su muerte, en primavera de 2003, abrió sus puertas al público la Fundación Jorge Oteiza, en la localidad de Navarra de Alzuza, ocupando lo que fue su casa y taller.