Dirección: Nikolaj Arcel. Guión: Rasmus Heisterberg y Nikolaj Arcel. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Alicia Vikander, Mikkel Boe Følsgaard, Trine Dyrholm y David Dencik. Nacionalidad: República Checa, Suecia y Dinamarca. 2012. Duración: 143 minutos.
El segundo acto de Un asunto real, esa zona central donde se escenifica el nudo argumental del relato, se abre y se cierra sobre un gesto y su consecuencia. Lo protagoniza Johann Struensee, (1737-1772), un médico alemán al que el azar, la ambición y las circunstancias colocaron al frente de la corte del rey Christian VII, un monarca de cabeza torpe y acciones turbias, un débil mental, lascivo, alcohólico y caprichoso como la mayoría de quienes heredan lo que no han merecido. En ese acto Nikolak Arcel nos retrotrae al ¡Viva Zapata! de Elia Kazan. En aquella película en la que Marlon Brando encarnaba al revolucionario mexicano, Kazan mostraba a un joven Zapata reclamando al presidente Porfirio Díaz un sistema más justo para los campesinos. Al final de la película, Kazan sentaba a Zapata perplejo en el sillón presidencial escuchando las reclamaciones que él mismo había hecho.
Con esa misma intención, recordar que en toda victoria se inscribe un fracaso, el director de Un asunto real, reescribe ese proceso. En él vemos a Struensee, un librepensador ilustrado, sacar a la austera y religiosa Dinamarca de las tinieblas medievales. Y vemos cómo ese Struensee, abanderado de las ideas de Voltaire y Rosseau, defensor de la libertad de expresión se ve acosado por esa misma libertad que él había instaurado. En ese momento, un correligionario le musita la necesidad de censurar los panfletos que difaman a quien ha abolido la tortura y la ignorancia en nombre de la libertad. Durante un instante que se antoja eterno, Struensee duda y el espectador en ese titubeo sabe del sabor de la eterna zozobra de quienes creen ser dueños del destino.
Antes de llegar a ese nudo que encierra uno de los grandes temas que confieren su razón de ser a este bello, riguroso y apasionante recorrido por los meandros del siglo XVIII , Arcel ha mostrado sujeto por los reflejos de la Historia, el frágil y trémulo triángulo que formaron el citado galeno, el rey Christian de Dinamarca y su joven esposa, Carolina Matilde de Gran Bretaña, hermana del rey Jorge III. Ese triángulo, que no ignora la solemnidad del Wells que filmó a Shakespeare, evoca la historia de Arturo, Ginebra y Lancelot. Aquí, como en Camelot, también hay un adulterio. Pero aquí, el rey no está coronado por el valor ni por la inteligencia. El rey es un guiñapo en manos de un consejo reaccionario y oscuro que le ríe las extravagancias y contribuye a sostener un país anclado en la desigualdad, arrodillado por el temor de Dios.
Con ese telón de fondo, Un asunto real responde a su título en la doble acepción de su significado. Real en cuanto que trata de los laberintos de la corte y real en cuanto que pretende mostrar la verdad de los hechos. Guionista antes que realizador, Arcel se mueve con autoridad y teje una red llena de atractivos engarces que hablan sobre una imagen poliédrica. No sólo el poder determina el contenido de este sólido filme histórico. En su interior late un ensayo polifónico. Un recital que sortea el olor a peluca rancia y la naftalina de un vestuario vetusto gracias a la la vibrante energía que emana de sus intérpretes movidos estratégicamente por el realizador.
Sus tres principales personajes componen un triángulo lleno de matices. Los tres se hacen comprensibles en sus comportamientos, incluido el más delirante de todos ellos, el rey. Los tres encabezan una solvente reflexión sobre la mediocridad del poder, la fragilidad del querer y los excesos del fundamentalismo religioso y político. Es cine con raíces profundas sumergidas en un clasicismo que no renuncia a su ser contemporáneo.