aUNQUE hasta 2010 el sector editorial español parecía resistir con firmeza las embestidas de la crisis, en los últimos tres años está acusando sus efectos con especial virulencia. Según los últimos datos aportados por la Federación de Gremios de Editores de España, en apenas un trienio las ventas de esta industria, que tradicionalmente acostumbraba a mover en España cerca de 3.000 millones de euros al año -500 menos en 2012-, y que, hasta hace bien poco, daba empleo, directo e indirecto, a más de 30.000 personas, han caído un 20%, una bajada que, por vez primera, empieza a repercutir también en el número de libros publicados. Así, en 2012 se editaron en España 88.349 títulos, un 8% menos respecto al año anterior. Un tsunami que también se está llevando por delante a un buen número de librerías, incapaces de hacer frente a los pagos.
Se trata de un fenómeno complejo, que obedece a múltiples factores, principalmente dos: la crisis económica y la irrupción de las nuevas tecnologías, que han transformado, de forma seguramente irremediable, los hábitos de ocio y lectura. Con todo, en la crisis del mundo editorial español subyacen motivos más profundos. Resulta difícil explicar, por ejemplo, por qué en un país con unos índices de lectura bastante pobres se han publicado tradicionalmente tantos títulos, o por qué la llegada de los nuevos formatos ha provocado un cataclismo sin precedentes. Un informe reciente de Price Waterhouse asegura que el mercado editorial en EEUU, país que ha encabezado la revolución tecnológica en el mundo del libro, moverá 21.000 millones de dólares en 2016 frente a los 19.500 millones de 2011, la mitad de ellos en digital. En España, sin embargo, la caída en el gasto de libros en papel, hasta cierto punto lógica, no es compensada con las ventas de libros electrónicos. La crisis tampoco termina de explicarlo todo: entre los libros más vendidos se cuelan bastantes que, dejando a un lado su cuestionable calidad literaria, no son precisamente baratos. Parece que el mercado español carece de una base de compradores con hábitos de lectura consolidados y en ocasiones se mueve al dictado de las modas, lo que quizás venga a arrojar un poco de luz sobre el alcance de esta crisis.
nuevos tiempos
El descrédito de un noble oficio
El papel del editor, un oficio en otro tiempo respetado y prestigioso, también parece haber sido puesto en cuestión. Figuras legendarias como las de Giulio Einaudi o Gaston Gallimard, entregadas a la admirable tarea de conformar un catálogo de calidad, parecen ya cosa del pasado. En los tiempos de Internet, el editor es considerado en ocasiones como un intermediario prescindible. Al margen de la injusticia que supone ignorar el alcance histórico de unas personas que han jugado un papel fundamental en la formación de generaciones de lectores, se olvida también la impagable labor desarrollada por toda una serie de profesionales que, hoy en día, ven peligrar sus puestos de trabajo: diseñadores, correctores, traductores...
Muchas veces se critica el sector editorial desde el desconocimiento. Se dice que los libros son caros, pero se ignora la cadena de valor de un negocio con unas peculiaridades que lo distinguen de otros: un sector en el que los distribuidores se llevan un 55% de los beneficios, en el que las devoluciones alcanzan ya el 50%... Internet abre todo un mundo de posibilidades, también para la autoedición, pero no es la panacea.
política
Abandono gubernamental
A este incierto panorama, hay que sumarle el errático proceder del Ejecutivo. Nada más llegar al Gobierno, Mariano Rajoy anunció la desaparición de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, y su inclusión en Industrias Culturales. Una medida que no auguraba un futuro muy halagüeño, como confirmarían las noticias conocidas después: supresión de fondos para bibliotecas y archivos, recortes en las partidas destinadas a actividades de fomento y promoción del libro, eliminación de ayudas a la traducción... Aunque durante meses se temió lo peor, finalmente el Gobierno optó por mantener el IVA superreducido del 4% al libro en papel. Sin embargo, subió del 18% al 21% el IVA a los e-books, justo una semana después de que el ministro de Educación, Cultura y Deporte animara a las editoriales a basar su desarrollo en el libro digital, un hecho cuando menos sorprendente.
cambio de negocio
¿Hacia un nuevo modelo?
Los grandes grupos son sin duda los más afectados por la crisis. Durante los felices y derrochones años 90, subidos a la ola de prosperidad, inundaron el mercado con una marea de títulos en la que el beneficio económico inmediato primó demasiado a menudo sobre la calidad, desatando un fenómeno que guarda innegables similitudes con el de la burbuja inmobiliaria. Los adelantos disparatados, el exceso de títulos y la rotación demencial que se impuso en las librerías han terminado por pasar factura a todo el sector. Se trata, sin duda, de un modelo que debe redimensionarse, aunque este ajuste tendría que pasar por el destierro de ciertas prácticas equivocadas, y no, como por desgracia está ocurriendo, por sacrificar la calidad. Y es que, como cualquier otro negocio, las editoriales deben resultar rentables para asegurarse su supervivencia, pero nunca deberían olvidar su primigenia razón de ser: el amor a los libros.
Frente a los sellos que han apostado por la literatura de consumo, en los últimos años ha surgido una constelación de pequeñas editoriales independientes que, de alguna manera, han retomado la labor que, en su día, ejercieron sellos como Seix Barral, en los años 60, o Anagrama, en la década de los noventa. Con tiradas y pretensiones económicas modestas, pero gran ambición artística, están poniendo en el mercado ediciones cuidadas y de hermosa factura, con las que han cosechado un público minoritario pero muy fiel. Bien es cierto que la mayoría de ellas, al no contar con demasiados medios, se dedican al rescate de clásicos, lo que, a largo plazo, y dado que los grandes sellos parecen estar poco dispuestos a asumir riesgos, puede redundar en un empobrecimiento cultural, ya que de alguna manera se está renunciando a descubrir nuevos valores. Por eso resultan especialmente dolorosas pérdidas como las de DVD Ediciones, un sello independiente que, durante dieciséis años, se dedicó a la promoción de talentos desconocidos, tanto en poesía como en narrativa, y que, acosada por los impagos, se vio obligada a cerrar el pasado verano. Y es que la crisis termina llevándoselo todo por delante.
El futuro
Razones para la esperanza
A pesar del incierto panorama y de las predicciones catastrofistas, del cierre de librerías y la caída en las ventas, el mundo editorial sigue asistiendo a iniciativas valientes: La Central, un establecimiento que ha apostado por la literatura de calidad, acaba de abrir una gran sede en Madrid, y el trágico cierre de librerías tradicionales ha venido acompañado de un auge de pequeñas librerías alternativas y de establecimientos que han encontrado en la especialización una buena forma de esquivar la crisis.
Aunque no falten quienes ven en el advenimiento de Internet el fin de la era impresa, lo cierto es que, de momento, son dos formatos destinados a convivir. Lo ideal sería apostar por un modelo sostenible que permita la rentabilidad del libro en papel, sustento tradicional del negocio. Pero, para ello, las editoriales deberán estar dispuestas a adaptarse a los nuevos tiempos. Tal vez haya llegado el momento de replantearse ciertos dogmas inamovibles, como la ley de precio fijo (una normativa que, durante años, ha permitido a las editoriales y librerías más modestas resistir la competencia de las grandes superficies, pero que quizás ha quedado anticuada), o de abordar, desde el consenso de todas las partes implicadas, una reformulación de los derechos de autor.