en expresión hiperbólica se afirma que los cimientos del Estado se mueven con la oleada de escándalos que, día tras día, medios de comunicación ofrecen a los ciudadanos en un comportamiento digno de loa, a pesar de los intereses ideológicos y empresariales que los mueven a sacar a la luz pública dossieres, informes y documentos que descubren comportamientos incompatibles con el necesario ejercicio de la política. Esta especie de monumental corrupto patio de Monipodio se mueve al ritmo de los intereses mediáticos y casi siempre son sano ejercicio de crítica y control social de quienes manejan asuntos de la res publica. El término de cuarto poder aplicado a la prensa antes del gran despliegue de medios audiovisuales en nuestro entorno hace referencia a la necesaria práctica periodística de descubrir, analizar y evaluar la actuación de los políticos que, desde que llegó la democracia, ha producido una ristra de escándalos que han debilitado el sistema, que por añadidura padece una desoladora crisis financiera que ha provocado millonaria cifra de desempleados nunca vista. Filtraciones, interesadas o no, actividades detectivescas de espionaje político, denuncias anónimas de escándalos varios descubren comportamientos y conductas no ajustadas a ética social que son pan nuestro de cada día y cuyo límite final no se adivina. Uno se imagina cómo sería este país de pillos y maleantes sin la presión de medios que informasen de las actuaciones venales y corrompidas de Bárcenas campando por sus respetos y Torres-Urdangarin convertidos en reyes del amiguismo, enchufismo y clientelismo para gloria y beneficio de insaciables bolsillos. Se impone un reconocimiento a medios comprometidos que denuncian tropelías de rinconetes y cortadillos, que se mantienen como bastiones de una democracia camino de la UVI.