Barcelona. El artista Miquel Barceló, que ayer presentó en Barcelona sus Cuadernos del Himalaya, fruto de sendos recorridos realizados por la cordillera asiática en 2009 y 2010, reconoció que lleva tiempo sin ir a África porque ahora "un mallorquín vale entre 8 y 10 millones de euros".

Residente desde hace más de 25 años durante largas temporadas en el pueblo de Gogolí, en Mali, el pintor indicó que estuvo allí la última vez hace dos años con Isaki Lacuesta, que rodó un documental sobre él. En estos momentos, cree que es mejor no ir, por el peligro que corren allí los extranjeros ante los secuestros que llevan a cabo grupos islamistas. En su opinión, se ha convertido en un "centro de tráfico de armas y de todo", donde la influencia francesa, de los colonizadores, "ha sido sustituida por la americana y la china". En este sentido, aseveró que Al Qaeda "es la otra cara de los yanquis", en una zona en la que hay muchas materias primas. "Todo lo que allí ocurre -afirmó- es muy político. También hay razones económicas, porque hay mucho petróleo, oro o un río de grandes dimensiones. Muchos intereses", apostilló.

Respecto de sus Cuadernos del Himalaya, que publica en castellano y catalán Galaxia Gutenberg, apuntó que en junio de 2009 y julio de 2010, acompañado por un amigo suyo que denomina Ach, un francés que había trabajado en el servicio diplomático, inició un recorrido por la zona para ver in situ pinturas en cuevas ignotas. Barceló, que también iba acompañado por su iPad, no escondió que siempre le ha gustado tener "una relación directa con las obras de arte, a través de la mirada o de la descripción". Además, tenía referencias de esas pinturas gracias a la escritora Alexandra David-Néel, convertida al budismo y que viajó a la zona en el siglo pasado.

El artista mallorquín señaló que todo lo compara con África, "el lugar en el que debería estar", y que, por tanto, todo le resulta "un poco decepcionante, porque es un continente tan extremo que incluso la decepción es sublime". Sin embargo, en el Himalaya, en estos viajes, en los que durmió en templos, coincidió con anacoretas que no sabía si estaban vivos o muertos, e incluso visitó al rey de Mustang, al que dio recuerdos del rey de España.

Tuvo allí las mismas sensaciones que en África de "un mundo en combustión, de desiertos ardientes, de piedras en forma de melocotón, de montañas de piedras planas y algunas grabadas", según consigna en su Moleskine, de 14x19 centímetros. Para poder ver esas pinturas en las cuevas, "tenía que andar días, subir a montañas de tierra, que se deshacen" y luego, al llegar, se encontraba con obras de un color ocre o tirando a gris. "Parecía increíble, que estuvieran a punto de desaparecer, hechas de unas témperas que parece que se tengan que deshacer en un lugar en el que no llueve", dijo.