EL tiempo se hace materia consciente en la escultura de Remigio Mendiburu (Hondarribia, 1931-Barcelona, 1990). Nos habla de la esencialidad de la vida a partir de una suma de formas necesarias las unas para las otras, como tantas experiencias son intrínsecas a la existencia humana. "Mis obras hablan más de la energía que de la forma", decía el escultor de Hondarribia. Y quien se adentre en la exposición que alberga desde ayer el Museo Oteiza entenderá esa certeza. Paseando entre las piezas que esculpieron las manos -y la mente- de Remigio Mendiburu, rodeándolas, contemplándolas de uno y otro lado, se siente la energía del existir. Ese proceso apasionante en el que hay lo mismo de batalla y a la vez de esencialidad que en el arte. Un existir que es a un tiempo sutil y corpóreo, físico y etéreo, igual que el hombre es carne y espíritu, cuerpo y alma. Así es también La construcción de la forma, una muestra que revisa la obra del artista vasco -un hombre "muy cercano a la gente, muy estudioso y trabajador", según lo recuerda Ekantz Mendiburu, uno de sus hijos- a través de 40 de sus creaciones, entre esculturas, dibujos y obras sobre papel, muchas de ellas inéditas, que proceden de diversas colecciones. La exposición se completa con elementos documentales y la proyección de dos audiovisuales: película Dunbots, (1982, Gerardo Armesto, 14') y Nortasuna (1975, Pedro Sin título, 1970 de la Sota, 44').
Más allá del objeto
Remi, el artista del devenir
Bajo el comisariado de Juan Pablo Huércanos, subdirector de la Fundación Museo Oteiza, la muestra pone el foco en "un ámbito esencial" de la producción artística de Mendiburu: la lógica constructiva que desarrolla a finales de la década de los 70, "un periodo singular que supone una importante aportación a la escultura del último tercio del siglo XX", comenta Huércanos. A principios de los 70, Mendiburu desarrolló un personal modelo constructivo, determinado por la acumulación y ensamblaje de elementos, muchos de ellos de carácter orgánico, que permitió a la escultura bajar del pedestal para disponerse en el espacio y la vida. Este singular escenario creativo, que encarnó el poder simbólico y metafórico de la escultura en su estructura anudada y entramada, protagoniza ahora este proyecto, del que el público puede disfrutar hasta el próximo 7 de octubre, y que revisa la singularidad del lenguaje de uno de los artistas más personales de la creación contemporánea.
El periodo que abarca la exposición del Museo Oteiza hace visible, en palabras de Juan Pablo Huércanos, "una escultura que rebasa el objeto y que es la antítesis del formalismo. Es el resultado de un proceso constructivo determinado por la trama de ensamblajes. La idea de una escultura que se va construyendo en memoria y tiempo", del mismo modo que el ser humano se hace a sí mismo en experiencias y acontecimientos concatenados. "Es la idea de una obra de arte que no se diseña de antemano, sino que es el resultado del devenir. Remi es, en este sentido, el artista del devenir. No hay en él un trabajo racional a priori, sino que todo es resultado de lo que ocurre en ese proceso, en esa batalla a vida o muerte del artista con el hecho creador", afirma Huércanos. A este respecto, el comisario destaca en la presentación de la muestra los conceptos muy presentes en ella de "energía y rebasamiento constante" que, dijo, "mantienen la obra de Mendiburu vigente en el tiempo y en la memoria". Precisamente allí donde se crean, y desde donde continúan vivas, abiertas a miradas acariciadoras que las completen y les doten de nuevos sentidos.
El recorrido por La construcción de la forma comienza con la que es quizá la obra más imponente de la muestra: Argi iru zubi (1977), una creación en madera que fuerza el espacio y con la que el visitante se encuentra de una manera muy física. Te obliga a detenerte. "Remi invirtió nueve años de trabajo en esta obra, que construyó desde dentro hacia afuera y en la que lo esencial está oculto a los ojos", explicó el comisario. El paseo por este tiempo consciente continúa con obras en bronce -que el artista construyó primero en cera- en las que las formas emergen constituyéndose de un modo ilimitado, que se exhiben junto a dibujos -"un hallazgo del proceso investigador de esta exposición", añade Huércanos- de una clara e intensa voluntad constructiva.
Según Ekantz, hijo de Remigio Mendiburu, el artista "era muy estudioso, controlaba muy bien la disciplina de las tintas... Yo lo recuerdo siempre metiendo horas, horas y horas", expresa Ekantz, quien acudió a la presentación de la exposición en Alzuza junto a su hermano Izotz y sus hermanas Inotsi y Hutsune. Paseando entre las esculturas de su padre, Ekantz recuerda un instante de esos que, sumado a otro, y otro, y otro, hacen que seamos quienes somos. "Un día, haciendo un traslado, tuvimos que dormir todos los hermanos en el taller donde mi padre guardaba todas sus obras. Allí, rodeados de esculturas, de repente pensé: soy una obra de arte más...". Seguramente la más valiosa para el padre creador. Para ese hombre que vivió en su infancia el exilio en guerra, y que reconoció que su escultura "nace por la necesidad imperiosa de expresar" eso que había vivido entonces. Tal y como recuerda Juan Pablo Huércanos, Remigio Mendiburu pasó un tiempo en un campo de concentración en la cosa francesa, en la zona de Arcachon, donde conoció la vida terrible. Y también la salvación. "En el campo de concentración conocí a un chico que dibujaba, entendí que había ahí una especie de salvación que no había en la realidad", dejó escrito Mendiburu en uno de sus cuadernos de artista.
Por eso, en palabras el comisario de la exposición, "el trabajo de Remi es en gran parte el de alguien que lucha por recuperar su identidad elemental, incluso es una manera de luchar contra el olvido de sí mismo". Curioso olvido, que nos pone ahora a los que contemplamos su arte delante de lo esencial. De eso que es mejor no olvidar nunca -nuestra naturaleza, nuestro origen y, más allá aún, nuestra conciencia, siempre en proceso-, para que no nos perdamos .