Vitoria. Segunda noche, la del viernes, en el Azkena Rock con 12.067 almas en Mendizabala dispuestas a disfrutar del buen ambiente reinante, tanto en lo meteorológico como en lo humano, tras una tarde que había dejado algunos sinsabores. La vuelta de Ozzy Osbourne estaba en boca de todos, para lo bueno y lo malo, aunque antes, durante y después sucedieron más cosas, incluyendo a unos The Mars Volta que, como era más que previsible, generaron una fuerte división de opiniones.

Cuando la oscuridad de la noche empezaba a dominar el cielo, Black Label Society apareció en el segundo escenario como cualquiera que conozca al grupo de Zakk Wylde podía pronosticar. Entre calaveras y otros elementos, la contundencia del combo no dejó momentos para el relajo componiendo un concierto sólido, no apto para oídos delicados, en el que sobró un solo de guitarra que pareció interminable. Casi en paralelo, y con la presencia de varios seguidores entregados al máximo desde el segundo uno, acudieron Gallows con su nuevo cantante entre el público para comprobar en primera persona que el firme de Mendizabala aguanta cualquier cosa. Hardcore punk sin tonterías.

Y en esto que llegó el momento de Ozzy Osbourne y sus amigos. Ya no valían los lamentos por lo de Black Sabbath, así que había que concentrarse en este regreso, doce meses después, al mismo espacio y con un listado de canciones que, en varios casos, fue igual. Y el cantante cumplió con los rituales: manguerazos varios, cubos de agua, algún que otro efecto pirotécnico, saltitos, gritos y un no pararse quieto con esa figura que parece a punto de desmontarse al mínimo tropiezo.

El personal entró rápido en la historia, unos porque le tenían ganas a la actuación y otros por aplicación de la lógica consistente en: de perdidos, al río. Lo curioso es que esta versión de Ozzy fue un poco mejor de la de hace un año y eso que esta gira se ha montado con lo justo para salvar el problema de los Sabbath (en Gasteiz no faltó Geezer Butler). Es verdad que al llamado Príncipe de las Tinieblas se le fue descontrolando la voz según pasaba el show, pero mantuvo el tipo mejor de lo esperado uniendo temas de su época en solitario con los de la mítica banda.

El personal coreó, cantó, aplaudió y se lo pasó bien porque Ozzy, simplemente, es Ozzy, y todos los presentes eran conscientes de que está para lo que ofreció en la capital alavesa. Peras al olmo. Aún así, eso no se puede traducir que se tenga carta blanca para todo. Con Ozzy en el escenario grande, por el tercero aparecieron los madrileños Lüger, aunque casi no hubo oportunidad para verlos, así que poco o nada se puede decir. Para inventarse los conciertos ya están otros. No se solaparon con nadie, sin embargo, The Mars Volta y con ellos se abrió otra dimensión.

Antes de nada, decir que a la mayor parte de los presentes le resultó ajena la propuesta de Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala (que volvió loco a los técnicos y a los cámaras de televisión) como era de esperar. Su capacidad de riesgo, de ir más allá, de creación de universos inalcanzables, de rock que parece del siglo XXII no es para el gran público porque, además, no lo pretende. En el filo que ellos proponen son pocos los que aceptan el riesgo, sin que eso descalifique a los que no entienden su propuesta. Pero hay proyectos en el hecho creativo (más allá de la música) que deben existir y éste es el caso.

Como los Volta dejaron al recinto un tanto tocado, los resistentes tomaron con gusto las dos citas de la madrugada (otra vez hubo que estar en modo ping pong de un escenario a otro al mismo tiempo). Dick Brave & The Backbeats (que se echaron unas risas a costa de Ozzy) estuvieron divertidos con un rockabilly por el que puede pasar Adele o lo que sea. Junto a ellos, un Danko Jones que empezó su regreso a Vitoria diciendo que no quería esperar tanto para volver al ¿Azkina?. "Quiero venir cada año", aseguró para proponer un show compacto y entretenido (que era justo lo que se necesitaba en este instante), aunque conocido.