Vitoria. Hace dos días buscó en el cajón las fotos de cuando era pequeño. Las que le sacaban en el pueblo los días de verbena o a la puerta del colegio cada año. "Mi hija entró en mi cuarto y estuvimos un rato mirando esas orejas de soplillo y esa cara de profundo miedo a vivir", recuerda. No es que el otoño tardío hubiera contagiado a Carmelo Gómez de sempiterna melancolía. Es que así ha trabajado siempre, desde las emociones, este clásico reciente de la interpretación peninsular, dueño de un reguero de personajes difícilmente olvidables.

El último titula incluso su trabajo. Se llama Elling y le ha hecho preguntarse sobre el concepto de normalidad, mezclando en un mismo "bocadillo" alta comedia y drama de esos que plant(e)an mirada "al dolor, a la soledad, al miedo de vivir". Entre la carcajada y el llanto, como las sempiternas máscaras del teatro, ahora que su ritmo más pausado en cine le permite explorar con frontal orgánico la oscuridad que se otea desde la escena.

Del futuro se puede hablar, claro. El suyo está ligado a una decisión ejecutada, a cada segundo, en el presente. "Vienen tiempos en que no podemos estar pendientes de lo que nos digan", reflexiona en alto, con soliloquio del que disfruta la palabra. Del que disfruta paladeándola, y no plegándose al ritmo del mercado, tomando desde la producción las riendas de sus proyectos, evitando el rigor de la programación.

Elling lleva cinco funciones. Pero pretende vivir dos años. Respirar. Crecer. Dice Carmelo Gómez que, de media, los montajes alcanzan su velocidad de crucero a las veinte funciones. "Es cuando todo se ajusta, cuando al puzzle no se le ven las grietas, cuando se hace una pasta en la que todo conjuga bien". Por eso es necesario el tiempo, y no la urgencia del estreno. Y, a poder ser, un director que no se limite a soltar el barco al borde del río, que sople sus velas de función en función.

Se le predisponen tablas al que guía este Elling, un Andrés Lima que, batuta de Animalario mediante, figura en lo más alto del panorama mediático -si presuponemos, ingenuamente, que el teatro es mediático- y con el que Gómez empastó rápido al acometer la historia de estos dos enfermos mentales. "Es un extraordinario conocedor de la locura, acabará haciendo algo importante sobre ella... cuando le pierda el miedo", vaticina.

Fue bien el estreno en Sevilla, donde comenzó a gestarse este Elling durante su anterior Días de vino y rosas. Escrita por Ingvar Ambjornsen y nominada en su versión cinematográfica a los Oscar, la historia hizo cosquillas al actor. Luego lo hizo Lima. Y, finalmente, un Javier Gutiérrez -"sin el que no podría hacerlo"- que, a pesar del primer golpe físico, es el fuerte, el que protege la debilidad de Elling. Sube el telón, bajan los estereotipos.

El de los estudiantes del Actor's Studio les llevaba zambullirse en los personajes a fondo. También Javier y Carmelo lo hicieron, actuando en centros para enfermos mentales, conviviendo incluso -en el caso de Gómez- con uno de ellos. "Si somos fieles a lo que vimos allí haríamos un drama", asegura.

Pero lo son al texto. A sus tablas en la interpretación. "Un personaje se hace de tu pasado", afirma Carmelo. Y cuenta la historia de su hija las fotografías. Y la liga con este libreto sobre la "normalidad distinta", porque "habría que definir qué es la normalidad". Hoy y mañana es una ración de gustoso teatro, un bocata de comedia y drama, servido por cinco actores, entre ellos aquel Argelino, servidor de dos amos que tan buen gusto dejó en Gasteiz, y el vozarrón, melodioso y predispuesto a la caja escénica, de un actor que rimó ladridos de hortelano para Pilar Miró y buscó ardillas rojas para Julio Medem, por poner sólo dos huellas de un reguero que hoy busca nueva pisada.