SE dice en Wikipedia que "a partir del nuevo siglo, el cine de Ripstein pareció perder una parte del prestigio adquirido a lo largo de cinco décadas de trabajo ininterrumpido". La pregunta que nos asalta es: ¿Será verdad que nos enfrentamos a un Ripstein en horas bajas y con el prestigio maltrecho? Sabemos que las enciclopedias, aunque sean tan democráticas y populares como ésta de la Red, ahogadas por el pretendido cientificismo y la exigible objetividad no atienden a las razones del corazón. Pero sin desatender esas adhesiones íntimas que no responden a la lógica hay que reconocer que Wikipedia algo de razón tiene. Tras presentar en Donostia en el año 2000, dos mazazos fílmicos tan contundentes como La perdición de los hombres y Así es la vida, Arturo Ripstein y su guionista y compañera, Paz Alicia Garciadiego, casi habían desaparecido. Ni La virgen de la lujuria (2002) ni El carnaval de Sodoma (2006) consiguieron rememorar el fulgor y desconcierto que su cine de los años 90 alcanzó con extrema facilidad y brillante talento.

De ahí que su (re)aparición, para cerrar la Sección Oficial del Zinemaldia, fuera acogida desde la incertidumbre e incluso con escepticismo. Por otro lado, para responder a estas dudas razonables y con evidente habilidad, la organización, en un año que ha mimado el cine mexicano, dispuso que Ripstein fuera el último autor en salir a escena; un lugar que en repetidas ocasiones ha sido ocupado por el ganador de la Concha de Oro. Y, así, apareciendo el último día, Ripstein argumentó que todavía está muy vivo porque confía en Las razones del corazón.

Desde el primer movimiento, las vertiginosas curvas, el sensual arabesco de una cadera femenina echada en la cama, Ripstein sale a recuperar el paraíso perdido. Una salida en la que se conjuran y conjugan todos los estilemas que han determinado su libro de autor. Filmada en blanco y negro, con la ayuda de su equipo técnico y artístico habitual, con largos planos-secuencias, en un interior opresivo y con el tema central de un deseo extremo arrancado de una libre interpretación de Madame Bovary, Ripstein y Garciadiego disertan sobre el tema que siempre les ha ocupado: la vida, la muerte y sobre todo la pulsión sexual, un combate a cara de perro entre la angustia del placer y el dolor existencial.

La protagonista de Las razones del corazón, Emilia, es un ama de casa que desatiende sus obligaciones. Insatisfecha, con el deseo húmedo y la cabeza hueca, resquebrajada por los demonios de los sueños incumplidos, se estremece entre el goce sexual y la soledad afectiva. Hembra en celo, adúltera sin rumbo, mala madre que no alimenta a su cría e ingrata esposa que traiciona sin remordimiento, ella es la estrella de un filme que crece sobre la partitura de la farsa. Tragedia extrema, sin duda; pero humor subterráneo que (re)niega las úlceras del alma que su historia va dibujando. La cuestión más peliaguda de Ripstein y Las razones del corazón es que se trata de una propuesta engañosa. Se corre el peligro de leer esta tragedia en clave de verdad cuando todo en ella exige distanciamiento.

Dicho de otro modo, da la impresión de que a Ripstein y a Garciadiego les importa un bledo la pasión/pulsión de Emilia (Bovary). En realidad, a lo que ambos se aplican es a levantar un constructo autorreferencial en el que no falta nada de lo que se ha afirmado conforma su universo fílmico. En un escenario irreal y metafórico, el edificio en el que Emilia y su familia viven posee un portal de lujo y una azotea de suburbio, Las razones del corazón toca todos los palos que Ripstein ha cantado. Su estética guarra, escatológica y feísta se acopla bien con ese desgarro emocional de la noble literatura de la que los Ripstein toman sustento argumental, en este caso Flaubert. Con esa estrategia, con su última película se asiste al placer del reencuentro con su cine. Con su cine y con su verbo, porque si por algún lado seduce Las razones del corazón es por sus diálogos, por ese equilibrio chirriante pero ajustado entre lo que se dice y el cómo se dice. En todo caso, ese decir es generoso, torrencial, barroco. El único problema con los diálogos de Garciadiego y el léxico mexicano es que resulta tan contagioso que se sale de sus historias como volvía Aznar del rancho de Bush, chapurreando en mexicano como un humorista convencional y sin escuchar el verdadero trueno que estremece su cine; en este caso, un martillazo inapelable al vacío consumista de la sociedad del bienestar.

Además de ratificar que el prestigio de Ripstein, su pulso y su cine se encuentran en plenitud, Las razones del corazón regala un guión de lujo y una colección de gestos, personajes y frases inolvidables. Como cuando en el desenlace final, el marido engañado le pide al amante cobarde, ambos superados por el exceso carnal-vital de Emilia, que en el lecho de muerte le haga creer que la sigue amando, le espeta "quiero que le pintes una sonrisa en el sudario". ¿Pasado de moda? No, simplemente sin tiempo ni espacio concreto. Abstracción e incluso surrealismo del Buñuel eterno.

En busca de la madre Si el drama de una madre que no quería serlo domina la película de Ripstein, la búsqueda de una madre a la que su hijo no quiso demasiado es el leit motiv que sostiene Americano, un oscuro, por ininteligible, filme de Mathieu Demy. Ser hijo de Agnès Varda y Jacques Demy y querer dedicarse al cine, no debe ser fácil. Más todavía cuando tras una larga carrera como actor más bien discreta, se decide debutar como director con un filme tan poco claro como resulta Americano. Lo grave es que lo que el filme ilustra, en su esqueleto temático, daba para componer un bello cuerpo. En síntesis, la ópera prima de Demy relata el periplo de un hombre en plena encrucijada sentimental y con graves problemas de afecto que, al recibir la noticia de la muerte de su madre, debe ir de París a Los Ángeles para hacerse cargo del cadáver y hacer frente a todos los papeleos que un fallecimiento supone.

Es un viaje iniciático en el que el hijo, que apenas vivió en su infancia junto a su madre, se enfrenta al pasado y al presente en un laberinto emocional que pretende crear suspense cuando no hay misterio alguno; que trata de reflejar la sordidez de la frontera cuando en el fondo todo se llena de tópicos que rozan el ridículo. Demy (protagonista y director) compone un personaje sin carisma, sin atractivo. Un sujeto perdido en una ceremonia confusa que trata de dar lecciones morales y que se llena de un cine torpe y sn recursos.

Así las cosas, y antes de que se haga pública la decisión del jurado, esta 59 edición, la primera de la era Rebordinos, por lo que respecta a la sección oficial, ésta se mantiene a flote gracias al hacer de los viejos amigos: Terence Davies, Hirokazu Kore-eda, Arturo Ripstein, Enrique Urbizu y, como sorpresa relativa y rostro nuevo, Joáo Canijo, más el hacer interpretativo de María León. El cambio ha sido muy leve o prácticamente no lo habido. En todo caso, sería bueno y esperanzador que la evolución comenzase con un fallo sensato y profesional del jurado.