Llegó el viernes y con él, la penúltima doble sesión en Mendizorroza del Festival de Jazz, una noche que, desde el principio, venía marcada por el sello latino. El pabellón estaba otra vez lleno y el ambiente estaba condicionado, sobre todo, por los que esperaban encontrarse con Rubén Blades, sin olvidar que antes era el turno de Michel Camilo en su conversación sonora con Giovanni Hidalgo, quien, por cierto, hizo doblete al subir a tocar un tema con el cantante panameño.
Al igual que el jueves, hubo espectadores que llegaron con más de una hora de antelación al pabellón por aquello de coger el mejor sitio posible. Eso sí, esta vez hubo menos problemas con las aglomeraciones (bueno, hasta el descanso) mientras era evidente que entre no los habituales había subido algo la media de edad. Es la diferencia entre que el reclamo sea Cullum o Blades, quien celebró su 63 cumpleaños en plena actuación, tarta incluida.
En ese contexto, Camilo e Hidalgo arrancaron una noche que, en teoría, iba a contar con un tercer invitado que al final no fue el previsto. Se suponía que sobre las tablas vitorianas, al bajo, iba a estar presente Charles Flores. Sin embargo, fue Anthony Jackson el que hizo acto de presencia, un hombre de reconocido prestigio que pasó desapercibido.
El disco Mano a mano, nacido de esas casualidades que tienen los conciertos cuando dos músicos se dan cuenta de que hay una química especial, fue el sustento de una conversación a dos bastante fructífera e interesante, pero corta. Dio tiempo para un bis y poco más, un visto y no visto, aunque tal vez Hidalgo no piense lo mismo porque el pobre hombre salió chorreando sudor del escenario (no había más que ver cómo cambio de color su camisa). El personal, tanto el habitual como aquellos que sólo habían acudido a ver a Blades, disfrutó de este dúo y lo despidió con una gran ovación y puesto en pie. Estaba justificado, más allá del hecho de que hubiera sido bueno escuchar algo más.
En estas que llegó el descanso y los técnicos (qué pocas veces se valora su labor) dejaron todo niquelado para recibir a Rubén y la Orquesta de Roberto Delgado. Y lo hicieron en un tiempo récord, tanto que a gran parte del personal le pilló el inicio de la actuación fuera de su lugar. El que decidió quedarse en la barra del bar para tomarse una cerveza tranquilo y luego bailar un poco fue el propio jazz. Se tomó un respiro para dejar paso a los ritmos latinos, con los que comparte raíces africanas. Es cierto que volvió a las tablas en un par de ocasiones, sobre todo con el regreso estelar de Giovanni Hidalgo, pero poco más.
En algo más de dos horas, Blades hizo lo que prometió antes de llegar a Gasteiz, es decir, tiró de su largo repertorio para ir rescatando diferentes momentos de una vida musical y personal que ha dado para mucho y lo que le queda. Tal vez porque esta trayectoria es tan amplia, destacó en el escenario la gran pantalla de televisión digital que iba proyectando las letras de cada tema para que el cantante pudiera tener un apoyo en caso de perderse.
El recital arrancó con problemas de sonido (algo, por desgracia, que este año no es una novedad), algunos de los cuales se mantuvieron saturando los oídos de más de uno. Aún así, la mayor parte del público estaba por la labor y los laterales del polideportivo se llenaron de gente dispuesta a bailar de principio a fin, mientras otros espectadores, que pronto descubrieron que aquello no era lo suyo, decidieron enfilar el camino a casa. Es cuestión de gustos y, como pasa con otros artistas, Blades o te encanta o lo aborreces, pero no hay medias tintas.
Crítica social en las letras y humor en los discursos al público. Con esos dos elementos fue transcurriendo una cita en la que la orquesta poco o nada pudo demostrar, más allá de hacer pensar a más de uno si, de verdad, eran necesarios tantos trombones y trompetas teniendo en cuenta lo que hicieron. Sólo cuando apareció Giovanni y en el tema final, ya sin el cantante presente, se pudo atisbar algo de lo que esta formación lleva dentro. Ellos, por cierto, también fueron objeto de la ironía de Rubén, que quiso tranquilizar al público diciendo que aunque todos sus músicos eran panameños "tienen visa de salida" y no viene a quitar trabajo.
Mientras Delgado daba órdenes de forma constante a los intérpretes a través de un micrófono interno y Blades cantaba, bailaba y movía sus maracas ilustradas con la bandera de su país, sus fans iban ganando terreno a golpe de movimiento de cadera. Llegó, a las doce de la noche, el momento tarta cumpleañera, y Rubén recordó que sólo le había pasado lo mismo otra vez, cuando en el 92 estuvo en San Sebastián. A través de historias diferentes pero de los mismos ritmos, el concierto llegó a su punto final sin que faltase el clásico Pedro Navaja, tema que fue introducido con un par de acordes del Thriller de Michael Jackson. Saludos, ovaciones, promesas de regreso, algunas calvas importantes en la zona de abonos numerados y se acabó. Todos a casa, unos muy contentos y otros aburridos como ostras.