MADRID. Hace yaalgunos años, todavía en época de vacas gordas, alertaba de que si losclientes no se tomaban en serio las reservas de mesa en losrestaurantes, éstos acabarían por exigir, para formalizarlas, sobretodo en mesas de más de cuatro, el pago por adelantado de una cantidad,lo que llamamos unas arras.

Unosdías atrás, un buen amigo y excelente gourmet nos comentaba que habíahecho una reserva para siete personas en un importante restaurantemadrileño. A vuelta de correo electrónico, mi amigo se encontró que elestablecimiento le exigía el depósito previo de 500 euros. Hemosindagado, y el caso empieza a ocurrir en varios buenos restaurantes dela capital.

Se veía venir, sinnecesidad de emular a los profetas mayores, ni siquiera a los menores,del Antiguo Testamento. Era, y me temo que sigue siendo, monedacorriente el hecho de que haya gente que efectúa una reserva y luego noaparece, con el consiguiente perjuicio para el restaurante, como puedencomprender, directamente proporcional al número de plazas reservadas.Que los restaurantes, ahora, en tiempos de vacas flacas, reaccionasen,era algo que cabía esperar.

PICARESCA

Y es que picaresca, en esto, hay mucha. O, más que picaresca, pocorespeto. Desde el ciudadano que reserva en varios restaurantes para lamisma fecha y hora y decide en el último momento a cuál va, hasta casosque, desde fuera, pueden parecer divertidos pero que al restaurador nole hacen gracia ninguna. Veamos uno que sí es picaresca pura.

Suponganustedes un grupo de extranjeros en un buen hotel. Desean cenar fuera, ypreguntan en recepción. Allí les dicen que no se preocupen, que elpropio portero, al pedirles el taxi, indicará al conductor a dónde hade llevarlos. Los interesados parten.

Recepción,lógicamente, ha hecho la preceptiva reserva. Pasa el tiempo, y en elrestaurante reservado no aparece ese grupo. El responsable delestablecimiento llama al hotel, donde se le dice que el grupo ha sidoconvenientemente embarcado en un taxi al que se envió precisamenteallí. Pero no han aparecido.

Regresael grupo al hotel y al ser preguntados cómo es que no han ido a eserestaurante el portavoz les comenta que el taxista les dijo que esesitio no era bueno y mejor que fuesen al "Tablao del Tío Pepe, typicalspanish, flamenco, paella, olé". Y se van allí tan felices. Porsupuesto, tanto derecho tiene el taxista como el recepcionista delhotel a estar de acuerdo, comisión mediante, con algunosestablecimientos. Pero el perjudicado es el que primero en el que seefectuó la reserva.

El casocontrario es el que en hora punta, con el restaurante lleno, apareceuna señora. "¿Tiene reserva?", le preguntan. "Por supuesto", dice ella.El maître comprueba el libro de reservas y ve que no es así: "Debe dehaber un error; aquí no constan ustedes". Ahora sí que se inmuta laciudadana: "¿Cómo dice? ¡Pero si he venido yo personalmente a hacer mireserva!". El maître quiere saber "¿quién le tomó la reserva?". Aveces, la interesada señala a un despistado camarero que no sabe nadade nada. Pero... póngase usted a discutir con una de estas personas.

Unareserva es algo sagrado, que sólo se rompe por causas de fuerza mayory, desde luego, avisando al restaurante. Yo reservo siempre; y si veoque no voy a poder ir o me voy a retrasar hago una llamada advirtiendode ello. Pero de tanto tirar de la cuerda, los restauradores empiezan aestar hartos de que se rompa siempre por el mismo sitio... y, como yaocurría en otros países, piden una cantidad que cubra parte delperjuicio que causaría no aparecer por allí.

Meparece legítimo; me parece muy bien. Sobre todo, insisto, en mesas demás de cuatro comensales. Una mesa de diez rompe los esquemas decualquier restaurante, obliga a modificar la distribución de loscamareros (no es lo mismo servir a diez personas en tres mesasindependientes que a todos en la misma y al mismo tiempo); a veces hayque contratar un extra.

O sea quetampoco se extrañen si, dentro de nada, como ya pasa en Estados Unidos,ven que se les carga un suplemento por mesa numerosa. Si ustedes hancomprado ocho entradas para el teatro y luego no pueden, o no quieren,ir, los perjudicados son ustedes mismos, al empresario le da igual.Pero en un restaurante, el perjuicio, y grave, se le causa al propioestablecimiento.

De modo que estasarras que empiezan a cobrarse en muchos sitios no son, al final, másque la justa penitencia por un comportamiento irresponsable. Si no vana ir, llamen. Y cuanto antes, mejor. Pórtense como señores.