Vitoria. Entre Euskal Herria y Alta Baviera, el arte ha tomado forma de experiencia. Tres artistas alaveses y otros tantos colegas alemanes han cruzado sus destinos en los últimos meses, bebiendo de sus respectivos entornos, encontrándose con nuevas realidades desde las que crear. El resultado -además de la semilla plantada en sus respectivas trayectorias- tomó ya forma de muestra colectiva en Freising, y ahora llega, hasta el próximo 27 de marzo, a la sala Amárica de Gasteiz.
Hartu eta eman. Discursos y recursos es el título de la exposición, un cruce de miradas que funde el discurso de cada artista con las reminiscencias adquiridas en sus respectivas estancias. A veces es una huella marcada, otras apenas un trazo tangencial. E, incluso, es un rastro inexistente, latente, que algún día ofrecerá sus frutos.
Empecemos por casa. Por Álava. Por un pueblo, Kuartango, del que partió la pequeña "obsesión" de Jorge Robredo Saenz por las máquinas. Empezó como comercial, viéndolas como producto, pero al descubrir su "lado estético" una pátina de nostalgia envolvió su mirada, ofreciéndoles en su trabajo artístico "un reconocimiento a su trabajo aportado a la humanidad". Un tractor alimentado por suero y diversos cuadros que lo retratan, sobre un soporte muy especial, componen su aportación a la muestra. "Descubrió la madera prensada de los lienzos allí, en Baviera", explica el comisario, Xabier Aurtenetxe. "Es el ideal del intercambio, influir". El ideal llega al paroxismo con la segunda presencia alavesa, la de Alejandra Bueno de Santiago, que decidió no viajar a Alemania con las manos vacías. Se fue cargada de patatas. "Tuvo una intuición genial, porque al ponerse en el mercado con ellas enseguida contactó con la población local", recuerda Aurtenetxe. Fotografía y performance en vídeo son los vehículos de su expresión, "una mímesis con la patata y la naturaleza" que habla de identidad y cultura. Además, en un territorio que, para más inri, tiene una amplia relación con el tubérculo, Alejandra fue nombrada reina del kartoffel. "Ha sido un regalo, una suerte que nos ha caído del cielo para poder seguir desarrollando un trabajo en el que estoy empezando".
Tercer label alavés. El de Mario Ortiz Paniego, que recalca esa fortuna de "estar dedicándote tres meses sólo a hacer arte". La primera parte de su pieza son textos en blanco sobre blanco que no se perciben a primera vista, que "exigen del espectador un comportamiento activo", casi zumo de limón que esconde un mensaje. Junto a dos telas bordadas, el conjunto habla de la vulnerabilidad a través de manuales alemanes de todo tipo que el artista ha manipulado, recalcando la importancia de lo emocional sobre lo práctico, ese afán por educar sin profundizar en terrenos más intrínsecos del ser humano "más difíciles de explicar".
Las obras de los alaveses hablan a las claras de lo aportado por su experiencia. Quizás es más críptico verla en la de los bávaros. Como para Alexis Dworsky, Euskal Herria era un lugar por completo desconocido, pensó que "para comunicar con un mundo lejano no hay nada más práctico que un satélite". Su intervención viste de plástico dorado, a la manera NASA, diverso mobiliario urbano, combinando street-art e ironía.
El proceso de trabajo de Robert Stark es lento. Así que la arquitectura religiosa y los detalles urbanos que ha atesorado en Gasteiz apenas se deja sentir en las maquetas arquitectónicas que presenta en la muestra. "Lo que me interesa es el volumen, prescindir de lo ornamental", apunta, quizás cercano a los códigos de Chillida y Oteiza.
La experiencia alavesa de Max Schranner le ha llevado incluso a hacer sus pinitos con la alboka. Pero de lo que hablan sus lienzos es de su interés principal, la relación de las personas con la muerte, a través de diversas variaciones. Aquí, desde una paloma muerta. ¿Será una de las de la Virgen Blanca? Alta Baviera y Álava se abrazan en Amárica.