El escritor Pablo Antoñana, fallecido en agosto del año pasado en Pamplona. Foto: mikel Saiz
Reconocimiento de deuda
[?] A Pablo Antoñana le conocí en el otoño de 1974, en una librería de Pamplona, la Galería Artiza, de la calle del Carmen, que dirigía el poeta Ángel Urrutia. Fue Urrutia quien me consiguió -Antoñana fue leal con sus amigos y con Urrutia tuvo una amistad y un afecto que quedaron plasmados en una hermosa necrológica- su novela No estamos solos, la que había ganado el premio Sésamo, editada por A.U.L.A. Supongo que fue Ángel Urrutia quien me lo presentó, aunque aquel día se encontraba presente Carlos Catalán, que tenía su taller de restauración de obras de arte en las cercanías y con quien compartía mi entusiasmo por las páginas de Antoñana dedicadas al carlismo. Sí recuerdo la luz del otoño y que yo estaba más muerto que vivo delante del escritor que admiraba, un hombre joven que me parecía muy mayor: la boina superlativa, la barba? me fijé ya para siempre que la mirada traicionaba aquel protector aire de adustez.
Más tarde nos encontramos en muchas ocasiones, sobre todo en las mañanas de los sábados, cuando él venía, en compañía siempre de Elvira, de Los Arcos a Pamplona, al Secretariado Navarro, en la plaza del Castillo, y a visitar las librerías. Los recuerdos de encuentros se agolpan, ya saldrán algún día, son risueños, hasta cuando a él le vinieron mal dadas con descaro. [?]
"Una casa solariega y blasonada?"
[?] Si algo supo Pablo Antoñana, es arrancarles a los objetos sus historias escondidas, explorar su capacidad de evocación, que es muy grande si quien a ellos se acerca o los toma en su mano es un escritor de talento. Antoñana lo fue, creo, y la prueba son las muchas páginas en las que dio vida a seres que de otro modo habrían desaparecido para siempre o no habrían tenido existencia jamás? Le bastaba con tener en la mano y hasta con recordar una plegadera, un arma de fuego, un cuchillo, un dije, un reloj, una llave, un juguete, un tintero, una medalla o en su defecto una carta, piezas todas desparejas de un rompecabezas que él solo fue capaz de recomponer, aunque dándose cuenta de que ese rompecabezas daba acceso a otro y a otro más? De él se podría decir lo que dijo de uno de sus personajes, habitante de la invisible ciudad de Gustavia: "Husmeaba rastros de objetos perdidos, olores ocultos en otros olores, y, como dotado de peculiar don, veía con sus ojos siempre mojados de viva luz lo que nadie más veía".
En esa casa, durante su infancia y adolescencia, abriendo arcones, Antoñana vive asomado a la vida de otros, testigo y cronista, hurga, recorre, y sobre todo ve la sucesión de sus estancias como un laberinto, en él se pierde, regresa, comercia con fantasmas, los pone en pie para ofrecérnoslos: estos eran, estos fueron, probables e improbables. Ese teatrillo de sombras estuvo abierto hasta el final de su vida.
Allí, en la casa natal, Antoñana descubrirá una de las minas de su literatura: los papeles. Cartas, edictos, periódicos antiguos, pasaportes, proclamas, recibos, libros de cuentas, devocionarios, escrituras? pruebas documentales que hay que aprender a descifrar para mostrar en el tribunal del tiempo, el de la invención literaria, e intentar convencer al jurado lector de que en efecto, allí estuvieron, de que por allí pasaron con sus locuras, sus pasiones y sus manías a cuestas. Sacudir el polvo de los papeles, recatarlos del gorgojo. Antoñana. Genuino. [?]
República de Ioar
[?] Sobre lo que pensaba Antoñana de la tierra en la que vivía y en la que a pesar de todo se había hecho su hueco privado, el famoso exilio interior, escribió una conferencia de referencia titulada El escritor que concluye con un rotundo "Esta es tierra de curas y de caciques y quien no esté contento en ella que se vaya. Es un consejo".
De hecho es el consejo que te daban, recuerdo, gentes como Rafael Conte o el librero y editor Jesús Munárriz: los únicos escritores que habían hecho algo en Navarra habían sido los que se habían ido. Depende de a qué llamemos "hacer algo". Por lo que se refiere a medrar, bien, y lo aceptaría gustoso si fuera para aquello que decía Josep Pla de liberarse de las servidumbres de la tribu para poder hablar en libertad, pero no siempre es así, no por fuerza, sales de unas cadenas y caes en otros cepos que no ves o quieres ver. La verdadera independencia tiene mala geografía.
Lo cierto es que Antoñana tenía razón, Navarra es una mala tierra para la disidencia y para el ir a la contra. No se ha caracterizado nunca por exhibir pensamiento disidentes, en nada. Lo que ha abundado es el pensamiento conservador, reaccionario y, por las armas o los votos, es la derecha la que viene gobernando de manera consuetudinaria como si fuera una dádiva del cielo.
En sus años finales, Antoñana asistió a cómo, en el entorno de la cultura de la sociedad navarra se practicaba el amiguismo más descarado y la franca exclusión por motivos políticos e ideológicos. A quien disentía de las tesis gubernamentales de la derecha aznarista o navarroide se le tenía por miembro de la izquierda abertzale, que esa sí que es una acusación burda y exabrúptica. ¿Lo padeció? Con verlo, con el asistir como testigo a la sucesión de eventos que lo dejaban un día sí y otro también fuera de los circuitos de la industria y el negocio cultural, bastaba, porque poco daño podían hacerle ya. Además, ¿de qué se quejaba si le habían dado el Premio Príncipe de Viana? De no haberse oído este zafio reproche no lo traería aquí.
[?] En 1996, a instancias del Consejo Navarro de Cultura, el gobierno de Navarra le concedió a Pablo Antoñana el Premio Príncipe de Viana de la Cultura. Se lo entregó el Príncipe de Asturias, y de Viana, dicen, y si dicen, será, aunque suene a pegote publicitario, en una ceremonia que tuvo lugar en el Monasterio de Leyre. Para él y su familia fue un gran día. No lo negó, aunque sintió que el premio llegaba un poco tarde.
Hasta aquí la crónica de sucesos. Lo insólito fue que Antoñana se presentó de traje oscuro, con una pajarita roja en lugar de corbata y cubierto con boina vasca. Aquello molestó. Era su liquiliqui, pero no era García Márquez ni el monasterio de Leyre, panteón, dicen, dicen, de los reyes de Navarra, Oslo. Lo raro es que hubiesen aplaudido. "Sólo los grandes de España?", decían unos. Da igual. Allí estuvo Antoñana, con boina.
Peinó boina, titularía una reportera, de manera zafia, una entrevista con mordiente que le buscó la boca todo lo que quiso. Muy del periódico para el que trabajaba, uno en el que también escribió Antoñana y cuyo mayor logro informativo ha sido tener durante décadas a una provincia en un puño.
Rafael Castellano, escritor singular que está de siempre en los apoyos a Antoñana, se fijó en ese detalle y escribió:
"Cuando le concedieron el Príncipe de Viana, mantuvo la txapela ceñida en el cráneo mientras Felipe de Borbón pregonaba sus virtudes, y hubo quien lo tomó como afrenta o al menos postura inconformista. Ignoran que, al igual que los árabes, en Euskal Herria los varones nos cubrimos en señal de respeto y nos descubrimos como ademán de desprecio. Jurisprudencia al respecto, la hay a manta". [?]
Los perdedores de la causa
[?] Y es que cuando Antoñana habla de los voluntarios que nutrieron las filas del ejército levantado por los curas y los aristócratas, y por los aspirantes a ello, que apoyaban a Carlos VII, y en su nombre actuaban, les rebaja el tono épico, heroico, que les había ido dando desde muy pronto una literatura hagiográfica, propagandística y militante, la de las muy mendaces virtudes raciales: dureza, heroicidad, devoción, barbarie salvífica? da vértigo solo escribirlo.
A esos soldados salidos del mundo rural, peones de labranza, braceros, jornaleros, mínimos propietarios, pasto de iglesia y de curas trabucaires, Antoñana les hace interpretar un papel distinto al que hasta ese momento tenían asignado en la comedieta de la historia traficada hasta el delirio, escrita en beneficio de la clase dirigente. Y eso molestó a los jerifaltes del Dios, Patria y Rey que quedaban vivos, que quedan vivos, y siguen detentando la Verdad de la Historia y en esa pretensión viven todavía, epígonos dañinos de un mundo muerto o poco menos. De manera que aquellos Cruzados de Cristo Rey, más incluso que los de la Causa, intentaron promover, en uso libérrimo de la cristiana virtud de la caridad y de la santa cólera, un linchamiento en la televisión regional contra el escritor. Su visión no era, para variar, la canónica, y quedó dicho que Antoñana más que escribir, escupía. Ahí quedaba eso. A los integristas que sostenían que no obedecían otra autoridad que la de Cristo Rey, no les había gustado el texto. No es de extrañar porque pocas veces se ha dicho tanto en tan poco espacio sobre la utilización mendaz y trapisondista de la religión para azuzar una guerra y de cómo, en la práctica, los voluntarios, gente "menesterosa, pobre, incauta e ignorante", no podían entender gran cosa de lo que se les predicaba al margen de que la religión estaba en peligro y Dios era ultrajado (como en el 36 dirá Antoñana) y que la Fe, las Buenas Costumbres y la Iglesia serán arrasadas por los gobernantes liberales que habían derrocado a Isabel II (y que habían conseguido instaurar la Segunda República en 1931? hoy vilipendiada)? "Teología raquítica pero eficaz." [?]
"Una llaga en la memoria"
[?] En Extraña visita habla de una saca y de un viaje nocturno, algo que recuerda la saca de la cárcel de Pamplona y el fusilamiento masivo del corral de Valcardera en el que, mientras carlistas y falangistas discutían si los fusilaban con o sin confesión, siendo testigo de los hechos quien luego sería monseñor Añoveros, mosca cojonera del general Franco, se les escapó uno de los detenidos que consiguió llegar a Francia y contarlo. De no ser por ese fugado, por ese resucitado, no se sabría lo que allí sucedió, como ha sido imposible enterarse de lo sucedido en otros lugares. El mismo Antoñana tropezó en sus pesquisas privadas y casi clandestinas con muros de silencio. El miedo ha sido una mordaza de setenta años. ¿Cómo es posible convivir con los autores de las fechorías hasta el punto de que sus nombres se esfuman? Volvemos a lo dicho por José María Iribarren, secretario del general Mola, a José de Arteche, a propósito de las memorias del tiempo de la guerra: los hijos y los nietos de aquellos cruzados que mataron sin piedad, los tienen como dioses.
[?] Antoñana habría visto al general en el verano de 1936, cuando Millán Astray pasó por Navarra arengando en plazas y pórticos de iglesias, asistiendo a funerales, enardeciendo a una masa de gente que no necesitaba ser enardecida por nadie para aplaudir la marcha al frente de los voluntarios navarros y la caza del hombre practicada a conciencia en la retaguardia; pero lo seguirá viendo cuarenta años después subido a una silla, arengando siempre, pero a "una tropa de gente de iglesia, curas, monjas, señoritas con medallas de hijas de María que, a su vez, se disputaban el honor de tocar las estrellas doradas de la bocamanga o le querían arrancar, como recuerdo, un botón de la casaca", como si fuera un estafermo, un santo de vestir o de bulto, una atracción de siniestra barraca de feria.
Fantasmas y desvaríos literarios, que el escritor guarda cuando los demás, sus vecinos, sus coetáneos, los que estuvieron y regresaron, los que sin ir sobrevivieron, han olvidado, no vieron, nada supieron, relegaron a la invención, a los cuentos, a lo incierto, al pasado, allí lo arrinconaron para hacer del presente ese mundo de una mayoría en la que no están todos, como dirá el filósofo Agustín García-Calvo. [?]
La guerra del Norte
[?] Hablando del País Vasco, Antoñana decía que prefería llamarlo Euskal Herria, cuando este nombre no tenía connotación política, al revés, era la forma de eludir el Euskadi nacionalista y sabiniano, y de recuperar un nombre que aceptaran todos, nacionalistas y no nacionalistas, cuando todavía parecía posible la existencia de euskaltzales de derechas, como fueron Campión, Baleztena y tantos otros. En su vejez vería como las tornas cambiaban de nuevo y el segundo sustituía al primero y era aborrecido por los que, al margen del folklore, niegan cualquier identidad vasca a la que fue "tierra de los vascos". Irredenta bandería. La guerra del norte, en expresión de la Tercera Guerra Carlista, siempre viva, de manera todo lo soterrada que queramos, pero viva. Así están las cosas, así han estado siempre las cosas: palabras como navajas. Y una nula voluntad de entenderse, ya señalada por Antoñana en diversos textos. [?]
Adelanto de algunos fragmentos del libro de Miguel Sánchez-Ostiz, que se presentará en los próximos días
Lectura de Pablo Antoñana
Me fijé ya para siempre que la mirada traicionaba aquel protector aire de adustez
Si algo supo Pablo Antoñana fue arrancar a los objetos sus historias escondidas
Antoñana vio cómo en Navarra se practicaba el amiguismo y la exclusión por motivos políticos
El mismo Antoñana tropezó en sus pesquisas privadas, clandestinas, con muros de silencio