Pviedo. El libanés Amin Maalouf obtuvo ayer el premio Príncipe de Asturias de las Letras por una obra que, "frente a la desesperanza, la resignación o el victimismo", traza una línea propia "hacia la tolerancia y la reconciliación" y "un puente que ahonda en las raíces comunes de los pueblos y las culturas", según destacó el jurado. Tras conocer la concesión del premio, Maalouf dijo desde París que se siente "feliz" por un galardón que recogerá "con gusto" y del que "había oído hablar" tras recibirlo autores como Günter Grass, Arthur Miller, Paul Auster, Juan Rulfo o Mario Vargas Llosa.

Maalouf (Beirut, 1949), narrador y ensayista, cuenta también con la nacionalidad francesa al residir en París desde 1976, tras exiliarse de su país por la guerra civil, y está considerado una de las voces más importantes de la literatura árabe y gran defensor de la diversidad cultural y de los valores universales frente al fanatismo.

Amin Maalouf es un "optimista inquieto" al que le interesa "contar la historia desde el lado de los perdedores" con el convencimiento de que la realidad no es inmutable y de que basta con imaginar el mundo de otra manera para reinventarlo. "Intento comprender la realidad sinceramente, sin ponerme orejeras para escuchar sólo lo que quiero oír. Una vez que hago el diagnóstico me digo que la realidad no es inmutable y que hay que transformarla, imaginar el mundo de otra manera y eventualmente reinventarlo", explicó el literato en una entrevista con Efe.

"Para mí trabajar es escribir, desde que era niño. Vengo de un entorno en el que se escribía", dijo Maalouf en el salón de su casa, en un clásico apartamento de un barrio residencial parisino, impregnado de olor a incienso y alfombras árabes, un soñador, que nunca para de "construir historias". "A veces es incluso peligroso porque cuando empecé a conducir, podía perderme tanto en mis pensamientos que provocaba accidentes", recuerda Maalouf, autor de León, el africano o Samarkanda.

En su cabeza siempre está presente el convulso mundo en el que vive y que le lleva a centrarse en sus textos para buscar soluciones, dice un artista influenciado Leon Tolstoi, Thomas Mann, Stefan Zweig, Cicerón o Mark Twain. Reflexivo y buen conversador, cree que "si hubiera mucha gente de buena voluntad, que intentase hablarse y comprenderse y no permanecer encerrados en una visión estrecha, las cosas irían mejor".

La literatura "puede ser una herramienta de paz porque puede imaginar un mundo diferente. Tenemos que reinventar el mundo. La literatura tiene la obligación de hacerlo, en todas las lenguas", asegura alguien que cree plenamente en que conocer la cultura y la literatura de otros pueblos allana el camino para la convivencia. "Vivimos en un mundo en el que la gente se acuchilla sin conocerse. Necesitamos conocernos mucho más. Cuando conocemos la literatura de otros, no podemos seguir mirando a ese pueblo de la misma manera", reflexiona un escritor que creció en un entorno árabe-musulmán y que se educó en un colegio jesuita donde aprendió francés, el idioma en el que escribe.

Para el jurado, presidido por el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, el autor "ha logrado abordar con lucidez la complejidad de la condición humana" utilizando un lenguaje "intenso y sugerente".

Su obra, indica el acta del tribunal, sitúa al lector "en el gran mosaico mediterráneo de lenguas, culturas y religiones para construir un espacio simbólico de encuentro y entendimiento".

Después de trabajar como redactor jefe de la revista Jeune Afrique, en 1983 publicó su primer libro, Las Cruzadas, vistas por los árabes, al que siguieron obras marcadas por su experiencia de la guerra civil libanesa, hasta que en 1986 publicó su gran éxito, un relato sobre las aventuras y desventuras de Hassan al-Wazzan, un viajero del siglo XVI conocido como León el Africano.

En 1999, publicó Identidades asesinas, un ensayo de denuncia de la locura que incita a matar en nombre de una lengua, etnia o religión y, con su siguiente novela, El viaje de Baldassare (2000), volvió a situar al protagonista en una encrucijada de culturas y experiencias entre Líbano y el Londres de 1666.