berlín. La Berlinale se refugió ayer en el cine iraní y turco, de la mano, respectivamente, de Rafi Pitts y Semih Kaplanoglu, ambos consagrados al culto al silencio, y cruzó así el ecuador de un festival sobre el que empieza a pesar la ausencia de estrellas de primer orden.
Bal -Honey-, por parte del realizador turco, y Shekarchi -The Hunter, con Pitts ejerciendo de director y protagonista, cumplieron con creces el tradicional objetivo del festival berlinés de "atender" a esas cinematografías, cada vez menos periféricas, con dos filmes centrados en núcleos familiares destruidos de un mazazo.
Pitts es un buen padre de familia, obligado a trabajar de guarda nocturno por su condición de ex preso, cuya hermosa esposa e hija de siete años mueren en un tiroteo entre policías y manifestantes por las calles de Teherán. No se le escapará una lágrima, pero sí un par de disparos contra una pareja policial, lanzados con precisión de francotirador, desde un montículo sobre el nudo de autopistas en el extrarradio. Empieza una persecución por frondosos bosques y se pasa así de la situación interna iraní a algo tan universal como la contraposición entre otros dos agentes: el corrupto y el íntegro. En otro bosque, en Anatolia, vive Yusuf con sus padres, un niño que no habla con fluidez más que a susurros con su padre y que tartamudea en clase.
De fuerte contenido político en el Teherán de hoy, en el caso de Pitts, y centrado en la mirada de ese niño, en el de Kaplanoglu, la Berlinale mostró así dos lecciones del buen manejo del silencio. Se trata, tanto en el caso del joven cineasta iraní como de Kaplanoglu -que cierra con ese film su trilogía sobre Anatolia-, de dos co-producciones con generosa aportación alemana -tanto de su poderosa televisión pública como de fondos regionales de dos estados federados-.
Pitts contó, además, con ayudas del fondo World Cinema de la Berlinale, destinados a potenciar el cine de Latinoamérica, Oriente Medio u otras cinematografías.
De esos fondos salieron filmes como La teta asustada, de la peruana Claudia Llosa -Oso de Oro de 2009-, así como la argentina El abrazo partido, de Daniel Burman -Gran Premio del Jurado en 2004-, o El Custodio y El otro, de sus compatriotas Rodrigo Moreno y Ariel Rotter, premiadas en años posteriores.
La Berlinale impulsó y seguirá impulsando esas cinematografías, como es su deber de buen festival, lo que no quita que ofrezca también su carga de espectáculo y estrellato sobre su alfombra roja.
La 60ª edición se presentaba floja de antemano y, hasta ahora, los dos grandes héroes del festival -Roman Polanski y Banksy- no acudieron. La máxima estrella internacional de esta edición ha sido hasta ahora Leonardo DiCaprio, al frente del filme de Martin Scorsese Shutter Island, que no compite por los Osos. Un único astro no es suficiente para once días de alfombra roja de una Berlinale cumpleañera.
Las únicas presencias que alegraron ayer el corro mediático fueron las de Amanda Peet, Rebecca Hall y Catherine Keener, trío protagonista de Please Give, de Nicole Holofcener, exhibida fuera de concurso, que dieron una lección de armonía en la Berlinale, tanto en lo profesional como en el aspecto físico. Para hoy se espera la de Julianne Moore, con The Kids are all right, también fuera de competición.