Amigas, amigos, dejad de buscar. El tonto del bote ya tiene nombre (Roberto Cazzaniga) y vive en Italia. Lo afirma con motivo quien cada sábado redacta estas inocentes líneas al toparse con uno de los casos más grotescos leídos estos últimos años. Esperen a finalizar el artículo, por favor, para criticarme. Porque dicho calificativo, tan exprimido durante lustros por la gran Lina Morgan, tiene en este caso justificación. Porque imaginen por un momento, y sé que es mucho soñar, que un buen jueves de marzo les escribe por privado de Instagram, por ejemplo, la inconfundible Lady Gaga. Y en modo picantón, como queriendo ligar o jugar al conejo de la suerte. Cualquier mente lúcida humana dudaría de dicha declaración de intenciones, e incluso de la autoría del mensaje. Porque seamos serios... ¿qué posibilidades te oferta la vida para que una celebrity te escriba un mensaje personalizado? La respuesta es muy clara: ¡ninguna!
Conclusión obvia a la que no debió llegar en 2006 Cazzaniga, un atractivo jugador de voleibol italiano. Porque tirando de tópicos y clichés (mucho músculo, poca reflexión), el deportista mantuvo durante quince años una relación a través de Internet con una mujer que afirmaba ser la mismísima modelo brasileña Alessandra Ambrosio. Y el ingenuo de él, que esto es lo más grave de todo, la creyó. Como quien asume que Nessie sigue nadando en el Lago Ness, o que La niña de la curva emerge cada diciembre a la altura de Albacete.
Tal fue su confianza, además, que cuando la impostora comenzó a pedirle dinero para tratarse de un ficticio problema cardíaco, Roberto no dudó en ejecutar habituales transferencias, hasta superar un total de 700.000 euros en casi dos décadas. "Nunca tuve dudas, para mí era indiscutiblemente ella", comentaba la pasada semana el abatido deportista a la prensa italiana. La misma que, tras una bofetada de realidad, le ha liberado por fin de las garras de ese amorío digital que, además de robarle el corazón, casi despluma su cuenta bancaria.