Cuando el siglo pasado estudié los verbos, recuerdo que me llamó la atención, aparte del pluscuamperfecto por su extravagante nombre, el imperativo por ser una forma verbal que impactaba debido al acojono que producía, ya que casi siempre era la forma utilizada por las autoridades.

El imperativo era la forma verbal que empleaba el maestro para que aprendieras la tabla de multiplicar, el cura para que dejaras de tocarte y tu ama para que hicieras la cama.

Aquella forma verbal que utilizaban los mayores para forzarnos a las criaturas a hacer lo que no teníamos ganas de hacer ha trascendido y transmutado en una figura usada por personas hechas y derechas para simular la autoimposición de aquello que les apetece ser mientras ponen cara de poca voluntad de hacerlo.

Así, los parlamentarios de EH Bildu, cada vez que toman posesión de un cargo en el que quieren estar, juran lo que haga falta pero por imperativo legal. Lo estupefaciente es que ahora aprueban parques eólicos en los ayuntamientos por imperativo administrativo.

Sabiendo, como el alcalde de Oion sabía cuando llegó a su sillón, que aquel parque que se tramitaba desde hacía años se iba a aprobar, y sabiendo, como el alcalde de Oion sabía, que EH Bildu había aprobado la ley que supuso un giro respecto al tema para aceptar y permitir agilizar la tramitación de proyectos de energías alternativas, resulta una impostura apelar al imperativo administrativo.

Aunque el imperativo es usado para obligar, Bildu, como tantas otras cosas, lo permuta recauchutando su origen gramatical inventando una derivación que les sirve para explicar que hacen lo que han comprometido cumplir aparentando que les obligan a hacerlo.

Es como si a cagar como consecuencia de comer, que es lo que toca, le llamaran deposición por imperativo digestivo.