La creencia popular otorga a los astros poderes o influencia sobre los designios mundanos y los destinos humanos. No en vano los planetas tienen nombres de dioses. Cuando algo extraordinario o infrecuente sucede o algo especialmente complicado termina, casi súbitamente, de arreglarse, se suele decir que “se han alineado los astros” o los planetas. Y hete aquí que al día siguiente –o quizá a los dos días: el firmamento si muove– de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de EEUU tendrá lugar una inusual alineación de planetas, cuando Marte, Júpiter, Urano, Neptuno, Venus y Saturno estarán situados al mismo lado del Sol. ¿Será esto una señal del cielo? ¿Será Trump el gran dios Sol a cuyo prometedor imperio todos se arriman? Esta alineación llega cuando parece que estaremos –si la estrella fugaz pero destructiva de Netanyahu no lo estropea– en el comienzo de un alto el fuego en Gaza. Una tenue señal de esperanza. Trump ya ha corrido como una centella a atribuirse el mérito, como si solo con la alargada sombra de su próximo mandato, el mundo se arreglase. “¿Es una broma?”, exclamó el ¿aún? presidente Biden cuando le preguntaron quién había conseguido o era el artífice del acuerdo entre Israel y Hamás. El viejo Joe, tan maltratado, tan desahuciado, aún tiene lucidez aunque su estrella se vaya apagando. Nos dicen los astrónomos que, además, el 28 de febrero habrá otra alineación de planetas aún más espectacular y que denominan “magnífica”. Solo pensar que unos días antes (el 23) son las elecciones en Alemania con la ultraderecha en auge, se le quitan a uno las ganas de seguir clamando al cielo. Otra cosa es la nueva guerra de las galaxias que se está viviendo en el espacio, en una pueril y sin embargo obscena carrera entre magnates liderada por Elon Musk –cada vez más como Saturno, devorando a sus hijos– y Jeff Bezos –un marciano–, por ver quién llega antes y más lejos. Total, ya sabemos a qué lado van a estar en la próxima gran alineación planetaria.
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