En esta neolengua que se nos impone a través de los medios, se escucha mucho hablar del relato de la realidad, a veces de la narrativa de cada suceso público, como si fueran independientes del hecho en sí. En estos tiempos parece más importante el contexto que antes reconocíamos como construcción ideológica que el hecho que se plantea. De esta manera, incluso una mentira se puede revestir de credibilidad o al menos derivar la mirada hacia otro lado en ejercicio de lo que siempre fue ilusionismo. Así nos va, claro.

El otro día en el Senado tomaron posesión de la sala un montón de señores y alguna señora con deseos involucionistas, de esos que implican siempre recortar derechos y libertades, especialmente de las más vulnerables, es que no falla. Uno de ellos cuestionó algo que denominó “relato de la evolución”, frente a “la verdad de la creación”. Podría haber sido Samuel Wilberforce, el obispo que en 1860 en aquel debate contra el evolucionista Thomas Henry Huxley sobre la teoría científica de la evolución pecó de soberbia y fracasó en humanidad, ciencia y empatía. A Mayor Oreja le pasó lo mismo: enfrentarse contra la biología que nació el 24 de noviembre de 1857, con la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin solo demuestra ignorancia o mala fe. Lo que sí es un relato sin embargo es la creación que viene en los libros sagrados de tantas religiones, todos con agentes y situaciones diferentes, un olimpo de dioses, a veces millones de dioses y otras solamente uno (alguna vez uno y trino) que iban permitiendo explicar un mundo que era tan sencillo que con un cuento de hadas valía. Ahora el mundo es más complejo y hace falta ciencia, un relato serio, apoyado en datos y teorías válidas, cuestionando los dogmas y los senados. Un relato que no sea de ficción, por favor.