Una “comparecencia institucional” del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, a las nueve de la mañana del lunes. Tal cual se anunciaba quince horas antes, en domingo por la tarde. Las formas inducían a pensar, en el primer bote, en un anuncio de peso. También el contexto, con cada vez más frentes judiciales abiertos en Moncloa, Ferraz y organismos satélites. Ayer mismo, el cerco se estrechaba un poco más sobre el fiscal general del Estado, señalado por la UCO por filtrar a beneficio de obra el marrón fiscal en el que está metido el novio de Isabel Díaz Ayuso. Son cuestiones de la suficiente gravedad, por más que se desprecien con boutades de argumentario como lo del “pequeño Nicolás” referido al corruptor cantarín Aldama, como para que resulte lógico intuir una comunicación solemne a la ciudadanía. Es decir, lo serían si quien estuviera por medio no fuera el recordman sideral, entre otras disciplinas, del trile mediático. Así que tanta urgencia y tanto misterio en la convocatoria se demostró impostura monda y lironda en el instante en que el ciudadano Sánchez empezó a largar. Se trataba, simplemente, de dar cuenta de la designación de Sara Aagesen como vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica y Reto Demográfico en sustitución de Teresa Ribera, que da el salto a la Comisión Europea tras el boicot fallido del enorme patoso llamado Alberto Núñez Feijóo. Ni siquiera se trataba de una novedad. Ya el viernes por la mañana se informó a través de los conductos oficiales de costumbre del relevo, incluyendo el consabido perfil melifluo sobredimensionando los méritos de la nueva integrante del gabinete. Lo único de provecho que sacamos de la alocución de Sánchez fue confirmar la pronunciación correcta del apellido Aagesen. El resto se quedó en el enésimo acto de autobombo de quien vive cómodamente instalado en el miedo que da un gobierno de la derecha con la extrema derecha.