Tres semanas después de la catástrofe, los muertos provocados por la acción combinada de la dana y su calamitosa gestión por parte de unas y otras administraciones son definitivamente estadística. Las cifras que en los primeros días atronaban en los titulares con la inquietante sospecha inducida por los buleros de que se quedarían muy cortas, han sido relegadas a un suelto aquí o allá. A la hora de escribir estas líneas, el siniestro marcador señala 222 fallecidos en Valencia, 7 en Albacete y uno en Málaga a los que hay que sumar los ocho desaparecidos oficialmente confirmados. Como digo, ya solo son simples números literalmente a beneficio de inventario, reducidos al papel de arma arrojadiza en la bronca politiquera, que es la que monopoliza los principales titulares.
Volvimos a comprobarlo ayer, durante la doble comparecencia en Congreso y Senado –qué empacho– de la vicepresidenta tercera del Gobierno español y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera. Tanto sus biliosas intervenciones a la defensiva como las de la oposición de PP y Vox a la ofensiva fueron un patético intento por eludir la responsabilidad propia endiñándosela al de enfrente. Las personas que se quedaron en el barro, el dolor de sus seres cercanos, igual que la situación de las decenas de miles de vecinos de las zonas devastadas que lo han perdido todo son simple munición de una refriega que, por lo demás, y sin lugar a la sorpresa, vuelve a retratar el modo en que algunos ejercen la representación de la ciudadanía. Por si a alguien le quedaban dudas, ayer lo que realmente se dilucidaba en las Cortes españolas era si la atribulada compareciente “salía bien” del trámite. Lo he entrecomillado porque esa expresión es la que literalmente citó como condición el Grupo Popular del Parlamento europeo para confirmar su apoyo a la designación de Ribera como vicepresidenta y comisaria después de haber amagado con vetarla. Luego nos pedirán su voto. Y algunos se lo darán.