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Sarrail begitik

Patatrump

El apellido de quien a partir del 20 de enero será de nuevo inquilino de la Casa Blanca nos suena a muchos a onomatopeya chusca. Como su pelo, su corbata desmedida, su fama de depredador sexual, sus balandronadas y lo que nos llega de su programa de gobierno y su sanedrín de ultras. Pero las onomatopeyas, como las caricaturas, a veces solo retratan las ramas que ocultan el bosque.

Detrás de este y otros histriones hay mucha inteligencia, artificial y de la otra, que considera que la democracia es un experimento fallido y que viviremos mucho mejor sin el lamentable estorbo de promover una convivencia que respete la diversidad y los derechos fundamentales de todas y todos. Una sociedad en la que quienes se quedan en el camino son víctimas de su propia necedad y no merecen ni ayuda, ni compasión. El relato se instala con videos adictivos, píldoras venenosas de a minuto, que consiguen que los trabajadores de un Mc Donalds vean en este millonario “uno de los nuestros”.  Y eso que se hizo famoso despidiendo sin piedad a la gente en un reality show.

Así se han ido creando corrientes de fondo que escapan del radar de los demógrafos. Así se activan colectivos fascinados por emociones que plantan cara con éxito a datos y argumentos tan pertinentes como invisibles en el espacio en que se desarrolla este juego. Así que haremos bien en tratar como una peligrosa adicción las diez horas al día que demasiada gente invierte en exponerse al hedor que sale de semejantes vertederos. Así que haremos bien en fortalecer nuestro sentido de comunidad y emitir en una onda capaz de taladrar el núcleo duro de la serpiente. Sus huevos anidaron aquí hace ya tiempo. Una organización global los fecunda con el objetivo de que todo haga “patatrump”.