En mi diaria tarea de espeleología por las redes sociales para despachar la sección de al lado, me encontré ayer con un airado mensaje de la sucursal vasca de Podemos. El elemento gráfico era un pantallazo de una información de EITB que titulaba, sin detenerse en los matices, que Pradales se sumaba “a Garamendi e Imaz en la crítica al impuesto estatal a bancos y energéticas”. Como apostilla al forzado enunciado, los morados tiraban de consignilla de aluvión y anotaban “Pradales no hace sino prolongar la larga tradición de sumisión del PNV al oligopolio energético. Su compromiso para luchar contra el cambio climático es el que les digan el señor Imaz y la patronal”. Según me echaba a los ojos semejante ejercicio de demagogia trasnochada y rezumante de naftalina, no puede evitar una sonrisa malvada al recordar que solo hacía unas horas la todavía líder de la franquicia pabloirenista en Baskonia, Pilar Garrido, acababa de anunciar que no se presentaría a la reelección en el inminente proceso interno. También desveló que se borraban algunos de los veteranos (manda narices hablar de veteranos en una formación de apenas diez años), como Roberto Uriarte o Miren Gorrotxategi. Los restos del naufragio quedan en manos, por lo que se va avanzando, de algunos supervivientes del invento inicial que conservaron sus actas por los pelos en Juntas Generales y ayuntamientos en el anticipo del cataclismo que fueron las forales y municipales de 2023. El tantarantán se confirmaría en las generales de dos meses después y se certificó cruelmente en los comicios al Parlamento Vasco del pasado abril, volviendo a marcar representaciones redondas: cero escaños en las Cortes españolas, cero actas en el Parlamento Vasco. Una pérdida de apoyo popular de semejantes proporciones y a tal velocidad –pasar del todo a la nada en un decenio– podría mover a una reflexión sobre lo pésima consejera que es la soberbia y la pena que da ir repartiendo lecciones a quien te decuplica en votos.
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