Se llama Cartera Digital Beta, pero el ingenio popular lo bautizó en una milésima de segundo como Pajaporte porque el principal uso de la aplicación que presentó el pasado martes el ministro José Luis Escrivá es tratar de impedir que los menores puedan acceder a páginas pornográficas. Según el saleroso titular de la cartera para la Transformación Digital, lo que se pide es un “pequeñín esfuerzo para que los adultos se identifiquen con un sistema que es muy fácil”. Tal cual lo dijo, y enseguida quedó claro que no estaba siendo fiel a la verdad. De sus propias explicaciones se dedujo el engorroso funcionamiento de la herramienta y la confusión sobre el número de veces que se podía usar antes de tener que volver a descargar un nuevo certificado. De propina, y aunque se garantiza la privacidad, genera serias dudas que los datos de los solicitantes estén protegidos. Con todo, lo más descacharrante es que la aplicación solo funcionará sobre las webs con contenido para adultos radicadas en el Estado español. Es decir, que se quedan fuera las grandes plataformas de difusión de vídeos sexuales, que son de largo, las que reciben más visitas. Y es cierto que hay un proyecto difuso para tratar de incorporar las páginas foráneas, pero en la práctica será imposible.
En resumen, que se ha hecho un pan como unas tortas. De nuevo, el aprendizaje es que solo con las buenas intenciones no se llega muy lejos. Desde luego, es muy meritorio tratar de frenar el cada vez más preocupante acceso de los menores a esa escuela de violencia sexual que es la pornografía. Pero es de una ingenuidad atroz pensar que un objetivo de semejante magnitud se puede lograr simplemente con un programa informático. La tecnología puede ayudar, pero como vemos, no es ni remotamente suficiente. Habrá que desarrollar otras estrategias que aborden el problema. Todo lo demás será poner puertas al campo. O al porno.