Glosaba ayer la portavoz (no sé ya si primera, segunda o exaequo) de EH Bildu en el Parlamento Vasco, Nerea Kortajarena, la decisión de Pello Otxandiano de presentar su candidatura en el pleno de investidura del próximo día 20 como si fuera un acontecimiento de dimensión planetaria. Cualquier oyente no avisado podría haber inferido que se trataba de la primera vez que un aspirante de la coalición soberanista o de sus siglas antecesoras se postula como lehendakari pese a no tener el respaldo suficiente. Los que ya tenemos unos decenios encima recordamos al preso de ETA Juan Carlos Yoldi en la tribuna del parlamento como contrincante de José Antonio Ardanza en nombre de Herri Batasuna. Pero no hace falta irse tan lejos. En 2012, Laura Mintegi, bajo las siglas de Bildu, presentó su candidatura, sabiendo que no le daban los números, y lo mismo hizo Maddalen Iriarte en 2016 y 2020. O sea, que no estamos ante ninguna novedad sino ante la normalidad más monda y lironda. De hecho, si algo ha resultado extraño en este caso, ha sido que, en lugar de anunciarla de saque, se haya pretendido mantener como incógnita lo que todos sabíamos que no lo era. Lo de justificar la decisión de presentarse por el desagrado ante el preacuerdo de gobierno de coalición entre PNV y PSE es tomar por ingenua a la ciudadanía.

Así que, resumiendo, Otxandiano se presentará dentro de una semana a la investidura y, lo hará, según la antes citada Kortajarena, para plantear “un proyecto de país alternativo”. Por esas casualidades malvadas, escuché tal proclama justo al mismo tiempo que leía que Sortu ha firmado en La Habana “un acuerdo de intercambio y colaboración” con el Partido Comunista de Cuba. Una foto de un sonriente Arkaitz Rodríguez lo atestiguaba. No nos contaron en campaña que ese modelo alternativo era una dictadura de partido único donde no se respetan los derechos humanos. A ver si nos lo dice Otxandiano el jueves.