Sigo siendo incapaz de entender la cosa política, asisto atónito, imagino que como mucha gente, a esta situación que, a ver qué pasa, hoy lunes 29 de abril verá un nuevo capítulo. Por eso tengo que refugiarme en otras cuestiones que me permiten cierto optimismo con nuestra civilización. El sábado pasado les contaba a las chavalas y chavales en la Elhuyar Zientzia Azoka – Tecnociencia que hemos organizado en el Baluarte que, cuando yo tenía su edad, allá a mediados de los 70, se lanzaron a recorrer el sistema solar las sondas Voyager. Una se dirigió, tras pasar por Júpiter y Saturno, hacia el incierto exterior. Hace diez años se comprobó que había traspasado la heliopausa, que estaba ya más lejos que ningún ingenio humano jamás. Sigue ahora distanciándose, 162 veces más lejos que el Sol, y funciona a pesar de que lleva más de 46 años operando.
Sin embargo en noviembre comenzó a mandar bits extraños, sin sentido; muchos la dieron por estropeada y perdida. Pero el equipo que lleva decenios siguiéndola no dejó de intentar comprender qué pasaba. Cinco meses después ha imaginado cómo recuperar el contacto y hacer que nos vuelva a contar cómo le va la vida. Hace una semana y media mandaron un mensaje para apagar, volver a encender y reprogramarse, un mensaje que tardó casi un día entero en viajar hasta allá; otro tanto tiempo después llegó de vuelta de nuevo la voz de la sonda, comunicando datos ahora sin jerigonza. Veo la foto del equipo de la Voyager 1 celebrándolo: mujeres y hombres de bastante edad, que han sido autores de las mayores hazañas humanas aunque sean poco conocidos, y otras jóvenes que siguen con la misma ilusión. Ante la desazón, quizá la ciencia nos sigue permitiendo esperanzas como la de esta sonda viajera.