Este año se cumplen cincuenta años de la publicación del segundo Informe al Club de Roma. Fue realizado a finales del año 1974, en inglés se denominó Mankind at the Turning Point y se tradujo al año siguiente al castellano por La Humanidad en la encrucijada.

Siguiendo la costumbre iniciada con el primer Informe, el Club de Roma lo encargó para que fuese realizado externamente, en este caso a un equipo de cuarenta científicos dirigidos por Eduard Pestel y Mihaljlo Mesarovic.

La intención era refutar las críticas formuladas al primer Informe Los límites del crecimiento, que fue elaborado por científicos del MIT (Massachusetts Institute of Technology) dirigidos por Donella Meadows y publicado dos años antes, en 1972. Este primer Informe causó un enorme impacto en su tiempo, vendiéndose más de doce millones de ejemplares, siendo además un libro de carácter científico.

Siguiendo el método de análisis de dinámica de sistemas de Forrester se analizaba un modelo mundial en el que se utilizaban cinco variables básicas (población mundial, producción de alimentos, industrialización, recursos no renovables y contaminación). Utilizando datos de hasta cien años anteriores se realizó una proyección hasta el año 2100 con la exposición de varios escenarios. La idea básica era que la población y la producción industrial aumentaban excesivamente (exponencialmente), estando limitados tanto los medios materiales como la absorción de la contaminación.

La conclusión era que, de continuar las tendencias, el sistema llegaría al colapso para el año 2070. El objetivo del Informe que era, sobre todo, dar un aldabonazo, una llamada de atención, se logró con creces. Así, por ejemplo, la ONU convocó en Estocolmo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, que sería la primera cumbre que trataba estos temas a nivel planetario.

Como una de las mayores críticas al primer Informe era su excesiva agregación, el considerar al mundo como un único sistema, en el segundo Informe, La Humanidad en la encrucijada, se apelará a una visión regional del mundo, estableciéndose diez zonas diferenciadas. Se vislumbra que aunque los colapsos podrán ser regionales, por razones diferentes y en distintos momentos, sin embargo, las soluciones deberán ser globales, contemplando un desarrollo equilibrado, cualitativo y diferenciado. Se manifiesta necesaria una estrategia para la supervivencia.

Se establecen un conjunto de cuatro “escenarios”. En el primero, se siguen las tendencias y aumenta la brecha entre países industrializados y subdesarrollados. En el segundo, se intenta reducir la distancia, calculando el coste y el cuándo. Hay un tercer escenario de acción retardada y un cuarto con acción inmediata.

Las conclusiones son que las crisis no son pasajeras, que la solución solo puede ser global, que el camino es la cooperación internacional y que hay que humanizar el crecimiento protegiendo al medio ambiente y buscando una distribución más equitativa de la renta y de la riqueza.

Resulta curioso que pasados 52 años del primer Informe, cumpliendo este año 50 del segundo y apelando simplemente a sus títulos Los límites del crecimiento y La Humanidad en la encrucijada parece que sean titulares de la prensa de rigurosa actualidad, ya que seguimos enzarzados en los mismos temas, dando la impresión –por desgracia– de que hemos avanzado muy poco.

Hoy, teniendo la sensación de que estamos al borde del precipicio, parece que no se vislumbra la salida. Invasiones, genocidios, guerras, desigualdades, pobreza, emergencia climática, populismos… coexisten, y parece que a veces se retroalimenten, en un mundo complicado. Seguimos estando en la encrucijada.

Pero debemos aspirar a que un mundo mejor sea posible. Debemos emerger de las emergencias. ¿Cómo? Por una parte, perseverando en los valores de la democracia, del respeto al diferente y de la igualdad de oportunidades. No compremos soluciones fáciles a problemas complejos. Por otra parte, frenando la destrucción de la habitabilidad de la Tierra para el ser humano, propiciando que la vida –y con dignidad– sea posible. No demos la razón a los negacionistas, que a la vez nos venden paraísos tan marcianos como lejanos y mágicas soluciones tecnológicas, que curiosamente, benefician a sus bolsillos.

No esperemos tampoco a que sean los políticos o los gobiernos los que nos saquen las castañas del fuego. Todos y cada uno de nosotros tenemos tanto la responsabilidad como la posibilidad de propiciar, por ejemplo, una mejor educación –para nuestros descendientes y para nosotros– y defender la naturaleza. Nuestra aspiración debe ser legar a nuestros herederos un planeta habitable y a la Tierra unos inquilinos con sólidos valores y principios. Debemos actuar ya. Tempus fugit.

Coordinador del Grupo Vasco del Club de Roma