No tenía la menor duda de que, como viene ocurriendo en las últimas convocatorias electorales, la izquierda soberanísima iba a fiar el grueso (en el sentido literal) de su campaña a las varias derechonas españolas. Es una fórmula de éxito comprobado. Incluso sobrepasando la inversión publicitaria permitida, como quedó acreditado por el Tribunal Vasco de Cuentas, no hay nada más rentable que lanzar un cebo al mejor aliado de la presunta acera de enfrente –siempre he sostenido que los extremos no es que se toquen sino que se magrean– para conseguir una repercusión mediática que no te daría la contratación que treinta millones de anuncios.

Lo hemos vuelto a ver en el pifostio milimétricamente diseñado en los cuarteles generales arnaldianos a cuenta del cartel en el que, bajo la beatífica e inmaculada imagen del candidato a lehendakari se lee “Erabaki Aldaketa”. A simple vista, no es más que un lema de tantos, ¿verdad? Si hiciéramos como que nos caemos de un guindo, aceptaríamos pulpo como animal de compañía. Pero llevamos las suficientes guardias en esta garita infecta del blanqueamiento de quienes no han dicho que matar estuvo mal como para tener meridianamente claro que la grafía de la última “e”, la que compone la terminación “eta”, a medio camino entre la “sigma” griega y la forma de una serpiente, no es producto de la casualidad. ¿Por qué no haberla utilizado para la inicial de “Erabaki”? Fácil: porque entonces no habría provocado la reacción buscada. Incluso concediendo el beneficio de la duda, se antoja imposible que, a la vista del diseño gráfico propuesto, ninguna de las cabezas de huevo de EH Bildu hubiera caído en la cuenta de la posibilidad de que se interpretase como un guiño a la organización de sus entretelas. Ahí se impuso el principio enunciado en la frase “Sujétame el cubata”. Anoto aquí que la verdad es la verdad, la diga Ayuso o su porquero.