El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos… cantaba Pablo Milanés. Y tanto. 43 años no son precisamente un suspiro. Era uno apenas un piolo en el último curso de la EGB, cuando pasó la noche en vela pendiente de la televisión y, sobre todo, del transistor, palabra creo que ya extinguida. Tengo para no olvidar a José María García a las puertas del Congreso secuestrado por una panda de beneméritos metiendo el micro a fulanos con y sin uniforme que pasaban por allí como si fueran futbolistas en el túnel de vestuarios. Si no me lo invento, juraría que el entonces número uno del periodismo deportivo llegó a abordar al mismísimo general Armada cuando, presuntamente, iba a quitar de en medio al zascandil Tejero para tomar el mando del golpe de Estado en nombre del jefe de todos los ejércitos, a saber, su majestad Juan Carlos de Borbón y Borbón.

Pero algo pasó por medio, que el tipo se quedó compuesto y sin la presidencia del gobierno de concentración que le habían prometido. Después de varias horas haciéndose el longuis, el hoy residente en Abu Dabi se calzó una guerrera cargada de medallas hasta las cartolas y, luciendo unas ojeras de oso panda y una cara de cabreo del nueve largo, hizo como que ordenaba parar la asonada.

La cosa es que a más de uno les coló. Ahí nació la leyenda del salvador de la democracia española, que para un buen puñado de cortesanos sigue vigente, a pesar de que en estos cuatro decenios largos, sorteando los cerrojos impuestos por la franquista ley de secretos oficiales, se ha documentado que si alguien estuvo en aquel ajo fue el entonces inquilino de Zarzuela. Hasta el más monárquico entre los monárquicos, Luis María Anson, cantó el otro día la gallina, añadiendo entre los promotores de la conjura, además de al Campechano, a Felipe González y a otro puñado de ilustres que hoy reciben tratamiento de demócratas incorrompibles. Y en el próximo aniversario, más de lo mismo.