Llegan los carnavales y con ellos la dicotomía entre un parón divertido para tomar aire en este trimestre tan desértico y el agobio de la elección y/o elaboración del bendito disfraz, que en mi casa nunca puede ser uno, siempre tienen que ser dos: el de la ikastola y el que llevaremos el próximo fin de semana. Yo intento economizar también siempre, pese a la respuesta negativa de, habéis acertado, siempre. El caso es que intento ir varios pasos por delante de mis hijas en lo que concierne al atuendo de libre elección para que no me pille el toro (el de la ikastola lo asumo con deportividad) y procuro adivinar por dónde van los tiros, en función de sus preferencias manifestadas en las últimas semanas. Y resulta que mi vida sí que es un carnaval, porque he conseguido acertar en la predicción con la una, que quiere ir de rana-ninja (una larga historia), pero no con la otra, que llega con una propuesta petrificante, a la par que muy definida, cerrada y tajante. “¿Y tú, maitia? ¿De qué te quieres disfrazar este año?”, pregunté. Respuesta: “Quiero ir de asesinato, con un buzo blanco lleno de sangre, unos dientes terroríficos y un cuchillo de plástico”. Pues eso. Parece que ir de asesino se le quedaba corto y quiere ir de asesinato, concepto que, para mi criatura, es algo que lleva un mono blanco para que se vean bien las manchas de sangre por todas partes, dientes largos y un cuchillo de plástico, menos mal. De dónde viene esto, lo ignoro. Sin embargo, no se me escapa que la imaginación de mis pequeñas vuela lejos en todos los sentidos y que el miedo y lo terrorífico está muy presente, aunque lo más tenebroso que hayan visto hasta ahora sean los Octonautas. Mi pareja querida todavía está encajando la petición. Yo le propongo que hagamos otra lectura. Porque creo que nuestra muchachita ha decidido enfrentarse a sus terrores disfrazándose de uno bien gordo.