No sé si da para una tesis doctoral o para el texto de una galletita china de la suerte la expresión que utilizó ayer en la radio pública el recién ungido candidato de EH Bildu a lehendakari, Pello Otxandiano. Con el aplomo que caracteriza a quienes no pierden un segundo en mirarse en el espejo moral, el designado por el dedo incontestable de Arnaldo Otegi para el asalto final a Ajuria Enea aseguró que “ETA ha asumido su responsabilidad política”. Los bienintencionados pero falaces titulares añaden que se refería a los crímenes de la banda. Sin embargo, si repasan la grabación, comprobarán que ni de broma utilizó semejante término. Ya solo que lo hubiera hecho, habría constituido una novedad mayúscula y un motivo para la esperanza. ¿Nos vamos a engañar a estas alturas? No estamos para caídas del guindo. El dichoso relato está escrito en piedra. Para Sortu, la formación angular de la que ahora dice llamarse coalición soberanista –suelo ironizar que, de soltera, coalición abertzale–, si cabe reprocharle algo a ETA, es que (nos) dejara vivos a unos cuantos enemigos del pueblo. Y lo peor es que la opinión la comparten las otras siglas arrejuntadas al árbol que les regala una buena y muy generosa sombra, ya saben ustedes a cuáles y, personalizando, a quiénes me refiero. Ellos también.

Allá quien trague con las ruedas de molino de talla XXL. Este humilde tecleador seguirá con su tabarra, copiada de Violeta Parra: los asesinos son sanguinarios en toda generación. Y un tipo, pongamos por caso, llamado Francisco Javier García Gaztelu, con el malrollista alias Txapote, autor probado de diez asesinatos al que juzgan por el undécimo, el del concejal del PP en Errenteria Manuel Zamarreño, no merecería más que desprecio infinito. Sin embargo, para el blanco y radiante Otxandiano, la convivencia exige que se vaya de rositas. Algo no cuadra. O sí.