Apenas enciendo el único y casi sobrante aparato de televisión que tenemos en casa. Ni siquiera para ver esos magníficos documentales que todo el mundo dice seguir con interés y que luego no se reflejan en los share de audiencia. Tampoco es cosa de ahora, pero la progresiva y constante invasión de programas estúpidos e idiotizantes me ha hecho ser un exiliado de las pantallas de casi todas las cadenas. El problema no es su cretinismo sino el hecho de tomarnos a todos por tales. Yo me lo pierdo, dirán algunos.Pues bien, el otro día una amiga me recomendó una serie que está teniendo una excelente acogida en diferentes países. Tengo que decir que casi me reconcilié con la cadena en cuestión, la ITV británica. Se trata de El señor Bates contra Correos. Una serie basada en hechos reales en el Reino Unido y que confieso haber devorado los cuatro capítulos con todos los sentidos puestos en la pantalla.
La serie, bien interpretada y rodada con exquisita profesionalidad, cuenta la batalla que Alan Bates, un exempleado del servicio de Correos, ha mantenido durante dos décadas contra el gobierno de su país, último responsable de la emblemática compañía.
A finales de los noventa, la dirección de Correos, conocida como Post Office, impuso a todos los propietarios de sus oficinas, en realidad eran trabajadores autónomos, un nuevo sistema de contabilidad y gestión llamado Horizon IT desarrollado por la compañía Fujitsu.
La puesta en práctica de este programa fue un desastre y causó serios desarreglos en las finanzas de los trabajadores. Las cosas se complicaron aún más. Más de un millar de propietarios de oficinas sufrieron pérdidas en sus cuentas. En muchos casos miles de libras esterlinas. A quién culpar no fue problema para los ejecutivos de la empresa
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En dieciséis años, desde 1991 y 2015, más de mil propietarios de oficinas del Reino Unido fueron llevados a juicio acusados de fraude y malversación. El desastre alcanzó a casi 3.500 propietarios y sus familias, que vieron cómo su forma de vida se venía abajo. Algunos hipotecaron sus viviendas, otros pagaron las supuestas deudas con sus ahorros de toda una vida. El currículum de cientos de ellos quedó marcado con antecedentes penales. Cuatro de ellos se suicidaron como resultado de la infamia.
Mientras tanto, los ejecutivos de Correos hacían oídos sordos a las razones de los propietarios autónomos e ignoraban con total desprecio sus comunicaciones. Miles de correos electrónicos quedaron sin responder. Hubo un encubrimiento masivo que supuso la condena de centenares de personas. El papel de los tribunales de justicia tampoco fue mejor. La arrogancia e ignorancia de una gran parte de los jueces marcó las sentencias. “Tenían todo el poder y el dinero, nosotros éramos unos apestados”, dijo el verdadero Alan Bates, quien con otros quinientos afectados decidieron plantar cara al cruel y soberbio establishment británico.
Tras más de dos décadas de sufrimiento, el sol parece querer brillar para los trabajadores de Correos, pero los nubarrones acechan todavía. Algunos han cobrado sus indemnizaciones, reducidas de manera drástica por una aplicación escrupulosa de impuestos. Otras víctimas han fallecido sin ver una sola libra. La asociación Alianza por la Justicia, fundada por Bates, ha denunciado que los directivos de Correos se repartieron casi dos millones de euros por luchar contra las justas reclamaciones de indemnización de los franquiciados. “Todavía no hemos conocido la justicia” decía una mujer en llanto y entrada en años ante las cámaras de los informativos.
Con las próximas elecciones a la vista, los políticos se están prodigando por enderezar uno de los mayores escándalos de la justicia británica. El gobierno conservador está dispuesto a retirar la Orden del Imperio Británico a Paula Vennells, directora ejecutiva de Correos en aquellos años y expastora de la Iglesia anglicana. Ninguno habla de la escasa o nula atención que prestaron al caso los propios gobernantes.
Pero después de dos décadas, el reloj del tiempo corre de diferente manera para los trabajadores autónomos de Correos. Ahora son ellos los que pueden esperar.
Si ven esta recomendable serie, quizás algunos entiendan por qué nuestras pantallas de televisión se llenan de programas zafios y burdos. Los buenos relatos nos hacen pensar. Y eso puede ser muy peligroso como lo han demostrado Bates y sus compañeros.
Periodista