Comparto con la consejera Nerea Melgosa la ausencia de sorpresa al conocer que decenas de alumnos (y no sé si alguna alumna) de por lo menos siete colegios de Donostialdea participan en dos grupos de guasap en los que se difunde material pornográfico duro, amén de proclamas asquerosamente machistas y, ojo al dato, hasta franquistas. Me temo que lo que se ha descubierto gracias a una madre responsable y a un director de los que no miran hacia otro lado es solo una mínima muestra de la realidad diaria entre una parte no pequeña (tampoco vamos a generalizar) de nuestros y nuestras alevines.

Una vez constatados unos hechos tan demenciales pero, insisto, tan a la orden del día, la pregunta es cómo debemos actuar para desterrar este tipo de comportamientos. Y me temo que las respuestas de carril pecan de un voluntarismo tontorrón –me van a perdonar la expresión– que no hace más que incidir en el error y abrir la puerta a su perpetuación. Otra vez estamos con la monserga de la necesidad de una educación sexual y en valores megamolona. Obviamos que estamos hablando de unas generaciones a las que se ha instilado en vena las tales pedagogías milagrosas y que, pese a ello, están demostrando ser infinitamente más machistas que ninguna de las anteriores. Hace demasiado tiempo que esto dejó de ir de “portaos bien, chicos” para ponerse serios (y hasta punitivos) con la chavalería pasada de testosterona descontrolada.

La otra derivada necesaria es la reflexión sobre cómo podemos atajar una (no la única, ojo) de las raíces del problema, que es la pornografía difundida hoy a escala pandémica. Aquellas difíciles de conseguir revistas manoseadas de mi adolescencia –que ya presentaban modelos profundamente machirulos– se han convertido hoy en millones de vídeos gratuitos al alcance de cualquiera. Son, como dice la campaña oficial del 25-N, una escuela de violación. ¿Qué hacemos al respecto