A estas alturas y en el contexto geopolítico en el que nos ha tocado vivir, está fuera de la realidad un golpe de Estado al estilo clásico entendido como asonada militar, los tanques a la calle y la toma por las armas de los centros neurálgicos e infraestructuras del país. A fin de cuentas, y en nuestro caso, lo que se pretendería con un golpe de Estado es impedir por procedimientos antidemocráticos que gobierne quien ha sido elegido por la mayoría de los votos ciudadanos. Pues bien, en ello está empeñada la derecha española, una derecha representada en su condición más civilizada por el Partido Popular y otra descaradamente asilvestrada y abiertamente antidemocrática que actúa bajo el nombre de Vox. A veces, demasiadas, ambas derechas coinciden.

La derecha extrema del PP no se ha resignado a perder el poder desde que en 2018 Mariano Rajoy fuera el primer presidente español desalojado por una moción de censura. A la extrema derecha de Vox le basta con tener capacidad para intentar desestabilizar cualquier gobierno que no coincida con su ideología fascista, supremacista y totalitaria. Ambos partidos están intentando por todos los medios impedir que se prolongue por otros cuatro años el Gobierno presidido por el socialista Pedro Sánchez, necesariamente pactado con todos los partidos progresistas, incluidos los independentistas. Y esto la derecha no lo puede tolerar.

Dispuestos a impedirlo, PP y Vox han apelado al pactado proyecto de Ley de Amnistía convirtiéndolo en fetiche, en banderín de enganche emocional que aglutine el esfuerzo común para “cerrar el paso a los enemigos de España”. Como suena. Y ya cuando parecía inminente el acuerdo e inevitable la victoria del sanchismo, han recurrido a un ensayo de golpe de Estado. Porque no es otra cosa que golpismo, golpismo de libro, la sucesión de actuaciones a las que hemos asistido durante esta semana y que sin duda continuarán.

Golpismo es la convocatoria incendiaria de José María Aznar: “El que pueda hacer, que haga; el que pueda aportar, que aporte; el que se pueda mover, que se mueva”… y desde entonces las noches ante la sede del PSOE en Ferraz son un infierno en el que aúllan crecidos, enardecidos y violentos nazis, franquistas y matones con derecho a insultar y maldecir lo mismo al presidente que al rey y hasta la propia policía. Golpismo es consentirlo y no condenarlo porque en el fondo están de acuerdo, que es la actitud del PP.

Golpismo es convocar a la protesta callejera permanente creando un clima social irrespirable de odio y confrontación. Golpismo es demandar –Isabel Díaz Ayuso– la intervención de los jueces y del Ejército para impedir que gobierne quien tiene la mayoría parlamentaria.

Golpismo es que el sector conservador de la magistratura, ese CGPJ prevaricador por caducado, se pronuncie avalando la estrategia de la derecha sobre una Ley de Amnistía aún inexistente. Golpismo es exigir el cumplimiento de la Constitución desde su propio incumplimiento. Golpismo es despertar de un sueño de cuatro años, ahora, precisamente ahora, la imputación de terrorismo contra uno de los elementos clave del acuerdo de investidura.

Golpismo es una arremetida colectiva de medios de comunicación entremezclando opinión con información; golpismo es esparcir desde las redes sociales infundios, calumnias y falsedades convertidas en consignas contra los gobernantes democráticamente elegidos.

Golpismo, y de infausto recuerdo, son los pronunciamientos del sector más reaccionario de la Iglesia bendiciendo la sublevación de la derecha, que cuando aún no se había consumado el acuerdo para la investidura de Sánchez, ya se ha dedicado a ensayar el golpe de Estado persistente que nos espera.