Desconozco la procedencia de la información, ni que haya sido confirmada, pero parece que la fecha para el pleno de investidura de Pedro Sánchez está al caer. Motivos hay para pensar que se trata de pura especulación, porque excepto la entusiasta adhesión de EH Bildu, no todas las formaciones cuyo apoyo se precisa para el Gobierno de progreso han ratificado plenamente un acuerdo definitivo. En cualquier caso, la opinión publicada y la enfurecida reacción de la derecha extrema y la extrema derecha parecen dar por hecho que Sánchez repetirá en la Moncloa.

Salvando el paréntesis fugaz del evento ceremonial protagonizado por Leonor de Borbón y su familia, todo un exceso de vasallaje y servilismo de papel couché, a medida que se acerca la fecha legal y el aspirante pisa el acelerador se desata la ira y se manifiesta la frustración de esa derecha española incapaz de soportar que sean otros los que detenten el poder. Aún no se ha consumado la infamia, según su jerga, y ya enarbolan las dianas contra las que van a disparar, y ojalá sólo sea dialécticamente. Anuncian el apocalipsis, aunque muchos no tenemos claro que Sánchez pueda cumplir –ni vaya a hacerlo– en realidad todo lo que dicen que ha acordado con los partidos que le apoyarían.

Durante estos días, amnistía y Puigdemont han sido el estribillo de las manifestaciones, concentraciones, declaraciones y críticas prodigadas por los portavoces de la derecha y amplificadas por sus innumerables apoyos mediáticos. Insisto, la cosa no ha hecho más que empezar. Si, como parece, prospera una repetición del Gobierno Sánchez con sus variopintos apoyos, PP y Vox se van a dedicar de lleno a hacer irrespirable el clima político, el ambiente social y hasta la convivencia ciudadana. Derecha extrema y extrema derecha han agotado el diccionario de sinónimos para descargar excrementos verbales contra Sánchez y el sanchismo. El arrebato llegó al colmo cuando se hizo pública la foto del encuentro entre Santos Cerdán y Carles Puigdemont, que rebasó los límites coléricos, que ya venían bien cargados. Por cierto, no acabo de entender con qué ligereza se califica de prófugo al expresident de Catalunya, cuya situación es similar a la de tantísimos republicanos perseguidos por la Justicia española a los que desde siempre se les denominó como exiliados.

No se sabe todavía si Pedro Sánchez y sus apoyos repetirán el Gobierno, pero para sospechar la que nos espera es suficiente tomar nota de la ira y la arrogancia con las que se expresan los portavoces de la futura oposición, sus amenazas de tomar las calles contra quienes quieren romper España –¡y dale con el mantra!–, su blandir enfurecido de banderas, su frustración intransigente que parece haberse juramentado para evitar un Gobierno de progreso. Cuentan para ello con la ignorancia de multitud de devotos de la España eterna, de agraviados por medidas de justicia social tomadas por el perverso sanchismo, de frustrados por un resultado electoral no previsto, por unos cuantos jarrones chinos que olvidaron sus propias trampas y, para que no falte de nada, con el refuerzo de lo más carca de la alta magistratura parapetada en un CGPJ que tomaron por un cortijo y no lo sueltan. Afortunadamente, estamos en Europa y aún está vivo el escarmiento de la memoria colectiva, pero andan sueltos muchos que repetirían sin dudarlo otro 36.