Si hay algo que domina en la vida norteamericana de hoy es la confusión: la vemos en la economía, en la política y en las interpretaciones de lo que sucede o, mucho más aún, de lo que debería suceder. En esta vasto y semidespoblado país donde la población se mantiene alejada de sus compatriotas tanto por las distancias continentales como por las condiciones económicas y climáticas, había hasta no hace mucho una cierta comunidad de criterios y en la forma de entender la vida, pero la realidad es ahora muy distinta. No se trata ya de que las coordenadas de vida sean diferentes en las zonas rurales o urbanas, o en territorios más ricos o más pobres, es que la misma población norteamericana , al margen de su situación geográfica, parece hoy en día tan dividida por sus criterios sociales o morales como lo es en sus expectativas políticas. Es quizá resultado –¿o tal vez sea la causa?– de formas totalmente dispares a la hora de entender la vida y de las aspiraciones para el futuro, tanto propio como del mundo circundante.
Uno de los grandes periódicos norteamericanos escribía esta semana: “Si encuentra confuso el acontecer económico, no está usted solo”. Y ciertamente, tal como ese rotativo señalaba, es prácticamente imposible interpretar los datos económicos que, por una parte, apuntan a una recesión y por la otra muestra a los inversores que van mandando alegremente sus ahorros a las bolsas. Así, los precios de las acciones van subiendo a pesar de todos los presagios negativos, ya sea por las cifras o por los comentarios de analistas financieros. Igualmente ocurre con el mercado laboral, donde la escasez de mano de obra tradicional en EEUU se ha agudizado para la mayoría de los sectores, especialmente el de ocio y consumo, que compensan de largo las pérdidas en los ámbitos financieros.
Los trabajadores pueden escoger, esperar y cambiar a su gusto. Los sueldos han subido, pero en general menos que la inflación, aunque ahora nos aseguran que esto se corregirá porque la serie de subidas continúa y la inflación se ha moderado en el último mes.
Otro terreno minado es el de la educación, donde los padres parecen cada vez menos satisfechos con la oferta pública pero no hay manera de llegar a un acuerdo para reformarla. Y en la enseñanza superior las cosas no van mucho mejor, en parte porque el costo de acceder a cualquier universidad es muy elevado y, en el caso de las más famosas, como Harvard o Yale, es prohibitivo. Al mismo tiempo, la calidad de los que enseñanza ha bajado pues cada vez hay más estudiantes que imparten clases a quienes tienen unos pocos años menos que ellos.
Donde la disparidad de criterios y la diversidad de corrientes es quizá más evidente es en el mercado bursátil y de inversiones en general. Hace ya tiempo que los supuestos “expertos” nos avisan de que va a haber una escabechina, que les bolsas han subido más en valor y en tiempo de lo que cabe esperar y que los valores inflados causarán pérdidas, con su consiguiente pena, a los inversores que llevan varios años en una auténtica fiesta con subidas a troche y moche. Mucha gente ha escuchado estas advertencias y, aprovechando la subida de tipos de interés, se ha pasado a la renta fija donde el modesto 5% que ahora reciben es mucho menos que el 17% del índice principal, pero están a salvo de una escabechina. El problema es que la gente de a pie no se quiere bajar del carro y sigue alegremente poniendo sus ahorros en acciones. Así, la ley de la oferta y la demanda se mantiene y las bolsas, contra tantos pronósticos, no paran de subir. Los últimos meses han sido una auténtica fiesta para los optimistas y están haciendo quedar muy mal a los asesores financieros que algunos ven ya como agoreros más que como expertos.
El teatro de las elecciones
Para acabar esta ronda de confusiones está la política, que se prepara para el gran teatro de cada cuatro años con las elecciones presidenciales de noviembre del año próximo. El país está ya consumido por saber quiénes serán los candidatos, tanto del partido demócrata como del republicano. Y aquí el problema es que ni los demócratas quieren al actual presidente Biden, que anunció ya su deseo de presentarse a reelección, ni los republicanos se entusiasman con Trump, quien también está haciendo campaña. En el caso de Biden, es tradicional que los demócratas no presenten un rival cuando un presidente de su partido es el candidato, mientras que en el caso de Trump no consigue despuntar ninguno de sus rivales, por muchas ventajas que tengan “sobre el papel”: ni el gobernador de Florida Ron DeSantis, que parecía iba a comerse el mundo, ni ninguno de sus otros posibles rivales llega a la mitad de la intención de voto en favor de Trump.
El espectáculo de estos dos ancianos, un casi octogenario y el otro ya entrado en la década de los 80, cada uno con su limitación personal, no será gratificante ni fuera ni dentro del país. Biden tiene el problema de una senilidad evidente, mientras que Trump repele tanto a quienes no lo apoyan como atrae a un porcentaje que le es fiel por encima de todo. Es improbable que le sigan los votantes moderados e independientes, con lo cual parecemos volver a los comicios de 2020. Con la diferencia de que hoy en día hay un rechazo mayor hacia ambos candidatos: ni Biden es el político moderado y conciliador que el país esperaba y necesitaba hace tres años, ni Trump ha demostrado tener suficiente disciplina para controlar sus exabruptos. Pero ni las limitaciones de ambos candidatos ni la necesidad del país de tener unos dirigentes más aptos pueden frenar el proceso electoral que llegará, inexorablemente, en 2024.