Los frentes son generalmente una referencia a las posiciones militares, pero también pueden centrarse en la política y, en estos momentos, los frentes de la política electoral norteamericana parecen seguir una línea paralela a los militares por lo que se refiere a la situación en Ucrania

Pasado el momento de inicial desorientación, en que todos parecían ver en Moscú una agresión intolerable y una necesidad estratégica para que Estados Unidos se definiera en favor de los ucranianos, se van dibujando nuevos frentes, que toman a su vez posiciones al respecto para la carrera electoral del año próximo.

Al igual que ocurrió con la guerra de Irak hace ya más de veinte años, también en este caso hay una coincidencia entre ambos partidos, o mejor dicho entre sectores de ambos, por lo que se refiere a la guerra de Ucrania. Pero los desastres militares del pasado –Vietnam, Afganistán– que sorprenden cuando le ocurren al país más rico y mejor armado del mundo, provocan cierto recelo en parte de la población, especialmente en el bando conservador, con respecto a Ucrania.

Casi todos coinciden en condenar la invasión de una nación soberana, pero hay mucho menos acuerdo a la hora de considerar la reacción norteamericana: unos piensan que Estados Unidos es el principal responsable de esta guerra, pues la actuación ucraniana para alejarse más de Moscú e integrarse en el mundo occidental y que ha tenido apoyo en Washington, representa un intento de unirse a la OTAN, algo que Moscú considera inaceptable. En su día, también lo descartó el gobierno de Estados Unidos en aras de la estabilidad internacional.

Otros creen que debilitar a Rusia, como probablemente está ocurriendo, tan solo sirve para reforzar a un rival más fuerte y peligroso, que es la China, con la que Estados Unidos puede tener muchas más dificultades para entenderse y cuyo poderío militar no para de crecer. Aparte del riesgo de que Moscú reaccione como un león herido, algo peligroso a la vista de sus arsenales atómicos con los que el Kremlin ya ha amenazado varias veces desde que invadió Ucrania.

Pero también hay, especialmente en la Casa Blanca, quienes consideran que es el momento de aprovechar lo que perciben como una debilidad rusa y ampliar la OTAN, aunque esto cueste vidas en ambos lados… mientras no sean vidas norteamericanas. Los desacuerdos se dan en el seno de ambos partidos. Que haya corrientes distintas, incluso divergentes, dentro del mismo partido, es comprensible en un país como Estados Unidos donde la disciplina no la hay ni en las escuelas, ni en las familias ni en los partidos. Además, con casi 350 millones de habitantes repartidos exclusivamente entre tan solo dos formaciones políticas, es prácticamente imposible que dentro de los partidos haya uniformidad. En otros lugares, los partidos se dividirían como vemos por nuestras latitudes, pero esto no ocurre en el gigante al otro lado del Atlántico, quizá porque los partidos tienen poca actividad , escaso contenido ideológico y prácticamente son tan solo coaliciones electorales.

Es frecuente que los políticos cambien de bando según las necesidades del momento, no por cuestiones de principio, sino por conveniencias electorales o simplemente para aprovechar una situación que se les ofrece en el partido contrario al que pertenecen.

Entre los conservadores hay un sector con más proclive bélico, conocido como los “neoconservadores” y a quienes generalmente los llaman los “neocons” que, según sus detractores, son en realidad demócratas camuflados con tendencias intervencionistas en política internacional.

Porque lo cierto es que la intervención en otros países acostumbre a gustar más a los demócratas que a los republicanos, como se vio en Cuba, en la Guerra Civil española o, más recientemente, en Vietnam. Era un demócrata, Franklin Roosevelt, quien hablaba de “hacer el mundo seguro para la democracia” y quiso entrar en la Primera Guerra Mundial, igual que lo era el presidente Roosevelt quien hizo que EEUU participara también en la segunda. Otro tanto ocurrió con el Vietnam, un conflicto que empezó con el malogrado presidente demócrata John Kennedy. Los republicanos no son inmunes a la tendencia de meterse a mandar en otros países, pero hay más tendencia a seguir tendencias aislacionistas. A pesar de ello, fueron los dos presidentes republicanos Bush, padre e hijo, quienes enviaron tropas norteamericanas a la guerra de Irak, aunque en el caso del primer Bush fue una intervención corta y ordenó la retirada de sus efectivos en cuanto consiguió su principal objetivo, que era la retirada iraquí de Kuwait.

A los republicanos se les acusa con frecuencia de aislacionistas pero lo cierto es que, a medida que Estados Unidos fue adquiriendo más peso en las relaciones internacionales, estas tendencias aislacionistas republicanas descendieron. Y ahora, a medida que el conflicto ucraniano avanza y se prolonga, con la probabilidad de que dure más de lo que muchos habían pensado originalmente, hay menos apetito entre los republicanos que entre los demócratas por seguir apoyando a Ucrania.

O por lo menos desean un apoyo más limitado que no dé alas a los ucranianos a provocar una violenta reacción rusa. De momento, esta guerra apenas roza los debates electorales, pero es muy probable que su peso crezca a medida que avanza la campaña y, sobre todo, en el caso de que esta guerra siga costando miles de millones al erario norteamericano, que reduzca sus arsenales militares o, lo que llevaría la cuestión al centro del debate político, si Moscú consigue cambiar la orientación de esta guerra y los ucranianos acaban, como casi todos creían al principio, en el bando perdedor.

Las derrotas no acostumbran a gustar a nadie y menos aún a los ricos y poderosos. Es posible que tomen relieve en las elecciones del año próximo si hay un giro en la guerra ucraniana.