Una amiga, profesora universitaria, acudía el pasado lunes a una reunión académica en Bilbao. Me envió un mensaje al final de su jornada: “Estoy horrorizada. Los turistas que como yo estén por aquí pensarán que estamos al borde de la revolución. Menuda mañana de reclamos, manifestaciones, cortes de vías, ruido, papelería en calles y edificios”. Un par de semanas atrás, en una reunión con inversores foráneos, tras hablar de las ventajas competitivas, altos niveles de bienestar, cohesión social y de las extraordinarias fortalezas de nuestra economía, me cuestionaban la objetividad de dichos indicadores y valoración dado “el clima pesimista generalizado transmitido en los mensajes publicados”. Una tercera “conversación” similar con un par de máximos responsables de empresas multinacionales, amigos comprometidos con el país, me preguntaban si “en verdad aconsejaba invertir aquí o elegir otra alternativa”. Hoy leo en The Economist el contraste entre la economía real estadounidense y la confrontación anímica tanto del anterior proceso de “hacer América grande de nuevo” ante el declive denunciado o el actual “construirlo de nuevo mejor”. ¿Se desmorona la economía mundial y estadounidense, se reorienta hacia nuevos espacios de futuro, incorpora la inclusividad máxima en sus líneas de trabajo?
Sin duda, vivimos tiempos convulsos. Por simplificar, recurriendo al acrónimo VUCA (Volatilidad, Incertidumbre –Uncertainty–, complejidad y ambigüedad), podemos referirnos al contexto de un mundo, sociedad y economías fragmentadas que parecerían impedir el aspirar y confiar en un futuro próspero esperanzado. Según el momento en que nos preguntamos por lo que estamos viviendo y las expectativas de cada uno, la línea argumental te lleva a la frustrada desesperación o al abrazo de la oportunidad.
Así las cosas, si no somos capaces de generar la confianza indispensable para creer en un futuro mejor, será imposible comprometer esfuerzos, sacrificios y proyectos, inevitablemente de largo plazo, que lo posibiliten. Un futuro esperable que justifique nuestras “especiales renuncias” del corto e inmediato plazo.
La coincidencia de esta situación y sus expresiones y/o consecuencias con un proyecto académico, consorciado entre varias universidades latinoamericanas, me invitaba a participar en una investigación colaborativa sobre “la gobernanza en Latino América: ¿Silenciosa crisis que impide el desarrollo socioeconómico de sus ciudadanos? Al plantear mi participación les preguntaba si esto solamente es aplicable a Latinoamérica y en qué periodos y con qué “colores de gobierno”, o extrapolable a otras regiones: Estados Unidos, Europa, España…
Baste observar el comportamiento de la gobernanza en estos tres últimos ámbitos señalados para concluir en una preocupante calificación o descalificación de sus procesos de decisión, de la interacción de sus principales representantes políticos, de sus diferentes relaciones y métodos de colaboración entre los mundos empresarial y público, el rol de los medios de comunicación respecto de todos ellos, una escasa articulación entre los diferentes niveles proyectado en prácticas de escasísima calidad democrática, demagógica dirección, con profundo rechazo de proyectos futuros por una sociedad desafecta y confusa ante lo que se le ofrece. ¿Es esto así?
Con esta sensación negativa de fondo, repaso una publicación del Harvard Law School Forum on Corporate Governance, que reproduce la carta anual de Larry Fink (presidente de Black Rock, líder mundial en activos financieros y principal inversor en el IBEX español con participación en 21 de sus empresas entre el 3 y 5,9 % de su capital), dirigida a sus stakeholders o agentes-grupos de interés implicados en su empresa. Sus cartas (en general dos por año: una para los primeros ejecutivos de sus clientes y la segunda a sus compañeros de viaje) gozan de interés (más allá del mundo económico-financiero) y atención ya que contienen su análisis del ejercicio en turno, su interpretación de riesgos y tendencias, sus apuestas estratégicas de futuro, sus valores y propósito y, en definitiva, sus recomendaciones estratégicas. Se convierten en su comunicación personal y directa de su estrategia y la de su organización, las claves del liderazgo y organización de que se nutre, su compromiso con las sociedades en que trabajo (a lo largo de todo el mundo) y sus respuestas a un mundo complejo.
Esto que llamo “el juego y valor de las cartas de los principales líderes con verdadera influencia” está muy extendido en la práctica tanto política, como empresarial. Desde la ya legendaria carta ROCARD utilizada por el primer ministro francés de la época para comunicar, primero a su gobierno y después a los ciudadanos sobre quienes gobernaban, las reglas del juego, la estrategia y políticas que se proponía llevar a cabo y las normas de comportamiento (interno y externo) que todos habrían de seguir. Año a año, en su legislatura, explicaba sus cambios organizativos, iniciativas, riesgos y peligros por afrontar, así como logros, beneficios y resultados esperables.
La carta de Larry Fink resulta, en mi opinión, de extraordinario interés, destacando una serie de puntos relevantes, estrechamente relacionados con lo hasta aquí descrito. En primer lugar, empieza por recordar que “su negocio” es una fiducia por lo que los activos, ahorros, inversiones que gestionan (cientos de miles de billones de dólares) no le pertenecen ni a él, ni a su compañía, sino a sus clientes, inversores, ahorradores. Son un legado que se lo dejan en la confianza de que le aportarán valor futuro para un escenario mejor del mañana, preferentemente en el largo plazo. Esto le obliga a ajustar el mejor riesgo-beneficio en favor de terceros (todos sus stakeholders en todas las comunidades en que opera). Añade que la gran diversidad de interés de todos y cada uno de los grupos implicados supone gestionar diferentes opciones con cuidadosos análisis riesgo-beneficios a la búsqueda de un bien común, sabiendo que cada uno lo interpreta de manera distinta atendiendo a sus objetivos. En todo caso, sus decisiones han de considerar el resultado esperable a largo plazo. Ha de hacerlo navegando el tormentoso mundo que recorremos. Describe un mundo, economía y sociedad fragmentadas, un entorno geopolítico cambiante (desglobalizado, seguridad-precio en conflicto, complejo, diverso, geográficamente desigual), demandante de gobiernos cada vez más exigibles, emprendedores y obligados a transformarse en sí mismos. No solo no rehúye las transformaciones tecnológicas, sino que transmite la enorme oportunidad que su buen (y regulado) uso proporciona. Utiliza un apartado especial, asociable a una fuente especial en su modelo de negocio basado en la jubilación y “retiro de la sociedad activa” advirtiendo el enorme riesgo al que nos enfrentamos y llama la atención a un cierto desprecio por las generaciones jóvenes ante una población a la que parecerían culpar de lo heredado y de una supuesta menor esperanza de calidad futura. Observa que el “crash pandémico” conlleva dinero fácil y barato desde los gobiernos, un excesivo endeudamiento que habrá que atender, inflación persistente, falta de conectividad social con consecuencias negativas en caso de un “excesivo teletrabajo no presencial y prolongado” con consecuente desapego en relaciones, cultura organizativa, formación para el trabajo y liderazgo real. Ve con preocupación un “miedo al futuro” fomentado por la proliferación de mensajes corto placistas, negativos y poco orientados a un mundo mejor lleno de oportunidades. Esta “policrisis” llevará al ahorro (del que se está viviendo) y no a la inversión que representa esperanza y futuro. Reclama de nuestros líderes (en cualquier ámbito) optimismo creativo, confrontar problemas y generar y transmitir a la gente verdaderas razones de esperanza para un futuro mejor. Y, por supuesto, construirlo. Se trata de “crear” oportunidades de inversión, proyectos de transformación radical, transitando las nuevas economías en curso (verde, azul, digital, educativa, de gobierno). Incita a asumir el “poder compartido” y los nuevos procesos y dinámicas de toma de decisiones, generar nuevos liderazgos y rediseñar la gobernanza en torno a la persona a atender y no a la burocracia o estructura vigente en las organizaciones (de todo tipo). Visión, propósito, estrategias largo placistas, cocreación de valor empresa-sociedad. Una receta atractiva no exenta de compromiso. Fink reflexiona desde su rol empresarial y protagonismo mundial mirando a su actividad y lo contextualiza allí en donde actúa, para hacerlo de manera correcta, entendiendo el mundo que le rodea.
De la mano de este mensaje, dos condiciones esenciales: Imprescindible Gobernanza, sea en la empresa, en tu escuela, hospital, gobierno, país… que sea. De máxima calidad y eficiencia, que responda al riesgo y oportunidades para generar un mejor y esperanzado futuro, y, por supuesto Confianza (como ya comentaba en esta columna hace unas semanas) y compromiso inversor-emprendedor, sacrificando hoy la construcción compartida inter e intra generacional. Ya es más que un tópico: un verdadero desarrollo socioeconómico y bienestar inclusivos. Ojalá que “este juego de cartas” prolifere y sustituya un ruido paralizante. Como siempre, aprendiendo de los demás y afrontando decisiones propias.