Desde que UPN perdió el Gobierno la política navarra aburre a una vaca. Ni tan siquiera Maya, con sus banderas y sus pasarelas, ha conseguido animar algo este tedioso cotarro. Afortunadamente, la bronca en la que se ha instalado la derecha de esta comunidad nos va a librar del tedio de una campaña electoral de otra forma soporífera. Hasta ahora, semejante despelleje entre hermanos sólo lo habíamos visto en el lado izquierdo del tablero. Visto el espectáculo, se diría que Javier Esparza se haya hecho de Podemos y los Sayas y Adaneros –¿cómo se llama el otro?– hayan fichado por Sumar, tal es el encono que se manifiestan en público y los sangrantes mandobles que, en forma de fichajes, se asestan en privado. Dicen que la grieta entre los de Yolanda Díaz y las de Pablo Iglesias va a acabar catapultando a Núñez Feijóo a la Moncloa. El cirio entre UPN y PP aleja a la derecha de cualquier posibilidad de recuperar el palacio foral. Al final, es probable que los números no den ni para esa vuelta del quesito por la que ha apostado el agoizko. Los que lo llevan peor son muchos de sus votantes, perplejos ante esta batalla cainita y en un mar de dudas sobre la papeleta que van a acabar introduciendo en la urna el 28 del mes que viene. UPN confía en la fidelidad de los suyos para, al menos, seguir siendo el macho alfa de la derecha navarra. El PPN juega a más largo plazo y se contentaría con propinar un buen mordisco en la bolsa de votos de su antiguo aliado. De hecho, incluso le viene bien una Navarra gobernada por una entente entre socialistas y nacionalistas para alentar el espantajo de “la venta de España” de cara a las próximas elecciones generales. Para ello, deposita su confianza en los electores más jóvenes de este espectro, a quienes el propio UPN ha educado pertinazmente mucho más en el españolismo que en el navarrismo. De siempre he oído que cada uno recoge lo que siembra.