En estas fechas en las que se intensifica el ambiente preelectoral y la clase política está atenta a todo lo que sea aprovechable, se miran con lupa encuestas, declaraciones y actitudes públicas del adversario. Tiempos convulsos en los que se interpretan sondeos barriendo para casa o para afuera, se escudriñan frases de brocha gorda y se soliviantan las calles con huelgas. En realidad, las campañas –y precampañas– electorales no son el mejor momento para tomarse en serio las proclamas y las declaraciones de intenciones.

Mirando a lo de casa, que bastante desbarajuste tienen del Ebro para abajo, aún hay mucho paisanaje que con una candidez que enternece mantiene la convicción de que lo más sencillo sería llegar a acuerdos. Y es que al escuchar las declaraciones de los líderes en torno al pasado Aberri Eguna, parece claro que la inmensa mayoría estaría de acuerdo en que se respetase el derecho a decidir, que sea realidad el pleno autogobierno y que se reconozca la naturaleza plurinacional del Estado. Añádase a esto la pura matemática, el abrumador porcentaje que los sondeos otorgan al voto abertzale. Todo parece que debería derivar hacia un “acuerdo de país” que posibilitase las aspiraciones de la mayoría del censo electoral.

El problema llega cuando se constata la realidad y se comprueba que el acuerdo de esa inmensa mayoría es hoy por hoy una quimera, que cuando Arnaldo Otegi apela a “trabar acuerdos de país para caminar hacia la soberanía y una sociedad de iguales” no está proponiendo una alianza entre abertzales, EH Bildu y PNV, precisamente porque para la soberanía y la sociedad de iguales que plantea desde su opción política a EH Bildu le sobra el PNV. Más que sobrarle le incomoda, porque considera a la actual hegemonía jeltzale como una barrera para lograr la “sociedad de iguales” que proclama. El emplazamiento de Arnaldo va dirigido a todos los sectores de la izquierda que no se sientan nacionalistas españoles, a la búsqueda de ese “frente progresista” que pudiera convertirse en alternativa al muy prolongado mandato del PNV, solo o en compañía de otros. En términos ideológicos, el fondo doctrinal de la izquierda abertzale es considerado incompatible con el PNV y lo que este representa. Puede comprobarse perfectamente en el reciente documento Bases para una política industrial emprendedora elaborado por EH Bildu en el que, aun inconcretas y sin objetivos numéricos, se expresa una línea de política económica en total discrepancia con el modelo que lleva a cabo el actual Gobierno vasco.

Por su parte, en fechas señaladas y cuando no se juegan mucho en ello, los dirigentes jeltzales llaman a unir fuerzas en defensa de la soberanía de este pueblo, votan conjuntamente en temas sensibles de identidad cultural, mantienen buenas relaciones personales, incluso coloquialmente les consideran “primos”, pero también es utópico plantear una acción común de gobierno con EH Bildu. En este caso no se trata solo de la distancia ideológica, que también, como de la memoria ética que todavía es considerada por los jeltzales como una asignatura pendiente que la izquierda abertzale no termina de aprobar.

Ese acuerdo de país, el que llevase a la suma de los dos mundos abertzales, esa unidad por muchos tan deseada, está aún por llegar y va para largo.