Cuatrocientos días de guerra y barbarie en Europa, un borroso pero cierto riesgo nuclear incluido, el mundo patas arriba, y las primeras páginas de la prensa se ocupan de la última exclusiva del ¡Hola! Es verdad que el ya bautizado –antes incluso que la ya famosa niña de la bióloga y presentadora de televisión– como caso Obregón tiene todos los ingredientes del morbo: famoseo, dinero (mucho dinero), la elevada edad de la nueva “madre”, el mundo rosa, dos tragedias –sin contar a la niña: la de la mujer que ha alquilado su vientre y la de la actriz que, dice, vuelve a llenar su vida vacía por la muerte de un hijo comprando otro–, la ética, la ley, el Gobierno y hasta la Iglesia. Por mucho que se repita, no es verdad que este caso haya “reabierto el debate” sobre la maternidad por subrogación o vientres de alquiler, sencillamente porque nunca se ha abierto. ¿Quizá ahora? Lo dudo. Son tantos elementos, tan intrincados y etéreos los argumentos a favor y en contra, tan íntimos los sentimientos, tan inasible la ética y tan pingües los negocios que se hace difícil debatir con rigor. El feminismo y el Gobierno español lo tienen claro: es violencia contra la mujer. La ley considera esta práctica como una manifestación “de la violencia contra las mujeres” y “una forma grave de violencia reproductiva”. La misma ley, por cierto, que dice que “todas las personas tienen derecho a tomar decisiones que rijan sus cuerpos sin discriminación, coacción ni violencia”. Al feminismo subrogando y con el mazo dando. Para otros y otras, con Ana Obregón se está ejerciendo violencia contra una mujer, acusándola de cosas muy graves y muy feas. Y muchas familias se sienten “criminalizadas”. La liquidez de esta sociedad y esta política están generando monstruos. ¿La niña? Bien, gracias. Hasta la siguiente exclusiva.
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