La lógica de las niñas es aplastante. Deberían tener puestos de responsabilidad y tomar más decisiones porque, aunque os echéis las manos a la cabeza con mi propuesta, seguramente este mundo sería más coherente. Como a todas las criaturas, a las mías también les ha pegado fuerte con los dinosaurios. Como para no. Mi pareja ha intentado explicarme una y mil veces cómo funciona la evolución, más o menos y sigo sin entenderlo. Sin embargo, si a mí me da vueltas el cerebro cada vez que pienso en el concepto de millones de años, ellas, que viven en el presente más que nadie, parecen asumir con total naturalidad eso de que el mundo fuera tan diferente y los seres que lo poblaban, más. Leemos embelesadas un libro ilustrado al detalle sobre las criaturas que vivían en el planeta en cada época. Imaginamos tener como mascota una especie de ciempiés herbívoro gigante, pasearlo por el pueblo, hacerle una casa, sacarlo a pasear… Nos tendría el césped impoluto y sería feliz rodeado de tanto campo. Patata, le llamarían, por aquello de tantas patas. Y, mientras cenamos, yo comento que en mi época no había libros tan chulos, o al menos a mis manos no llegaron, ni tampoco era yo tan consciente en mi infancia de que se conocieran tantos detalles sobre cómo eran las criaturas en aquel mundo, ni sobre su fisonomía tan al detalle, ni sobre sus hábitos alimentarios tan concretos… Mi pareja me dice que, seguramente, aquella ignorancia mía tuvo más que ver con mi condición femenina, más dirigida por mi entorno hacia las Barbies. Que seguramente mis hermanos tendrían libros sobre dinosaurios que pensaron que a mí no me interesarían. Por su parte, una de mis criaturas me recuerda: “Pero, a ver ama, ¿cómo no ibais a saber tantas cosas entonces si vosotros estabais más cerca de los dinosaurios que nosotros?”. Que si, por un casual, tienes algún complejillo con la edad, te remata.