Desde los años 60 el cártel de las tabaqueras comenzó en Estados Unidos (y por lo tanto en el resto del mundo) una guerra sucia ocultando la conexión del tabaquismo con el cáncer y durante casi cuarenta años consiguieron engañar y sobornar a quienes deberían haber impedido el daño que se hizo. Las prácticas mafiosas fueron eficaces y aún hay problemas para regular el sector. No fueron los únicos porque otro cártel, el del azúcar, comenzó en la misma época a minimizar y ocultar la evidencia científica que conectaba su uso con las enfermedades cardiacas. Usaron otra típica estrategia mafiosa: desviar la atención, así que hicieron campaña acusando a la grasa de las carnes, que también era peligrosa, pero no tanto… Piensen en cualquier sector de producción que haya tenido éxito en el último siglo de capitalismo loco y encontrarán mafias, contubernios, sobornos y desde luego, un control que siempre ha huido de la transparencia y la democracia. Las petroleras, por supuesto, sabían del cambio climático y del efecto de sus combustibles fósiles ¡hace medio siglo! Pero financiaron a los negacionistas, promovieron políticas que impidieran la descarbonización y aún hoy vemos cómo son el principal agente que dificulta afrontar adecuadamente la catástrofe climática. Todo el sector de la energía ha ido comprando voluntades y estableciendo puertas giratorias para al final acaparar hasta las inversiones públicas que deberían promover una renovación del sector energético. Y nosotros miramos como si no pasara nada porque en el fondo sabemos que no podemos hacer mucho más que dejar de usar los productos de las compañías más depredadoras. Bueno, sí, queda la denuncia, exigir una nueva forma democrática de tomar las decisiones donde los cárteles no tengan el voto de oro. Ya estamos tardando.
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