en realidad, José Barrionuevo no dijo nada nuevo, nada que no supiéramos. Lo escandaloso, lo repugnante, es dónde lo dijo, cuándo lo dijo y cómo lo dijo. Que el presidente Felipe González, su ministro de Interior y altos cargos de la seguridad del Estado fueran los responsables de la guerra sucia, de un terrorismo de Estado que causó 27 muertes entre 1983 y 1987, estaba demostrado por investigaciones periodísticas, confesiones de los mercenarios e incluso por los tribunales. Pero que a estas alturas, casualmente cuando aquellos crímenes ya han prescrito, José Barrionuevo tenga la desfachatez de reconocerlo y contarlo como quien cuenta un chiste, es una provocación y un desprecio intolerable a las víctimas de aquella ignominia.
Se cuidó bien el diario El País de endulzar la afrenta titulando “Yo ordené liberar a Segundo Marey”, disfrazando de magnanimidad una vileza que él mismo causó al ordenar secuestrarle. Las nuevas generaciones muy posiblemente desconocen que se trataba de uno de los primeros episodios de la guerra sucia, en el que mercenarios pagados por los fondos reservados que administraba Barrionuevo se equivocaron de víctima secuestrando por error a un ciudadano de Hendaia, Segundo Marey, a quien confundieron con el presunto dirigente de ETA, Mikel Lujua. Tras ocho días de malos tratos y comprobado el error, a Barrionuevo solo le quedaba matarlo, hacerlo desaparecer o liberarlo. Es penoso escuchar al caradura, explicar al periodista que decidió ordenar su liberación “por no causar más desorden”. Segundo Marey salió de aquello desquiciado y enfermo de por vida.
Como un chulo de barra de bar cuenta Barrionuevo casi con cachondeo que otro secuestro ordenado por él, esta vez al refugiado vasco Joxemari Larretxea, falló porque “era muy grande y no cabía en el maletero”. Lo cuenta como batallita de jubilado jugando al dominó en el casino, como si no se tratara de un elogio al crimen de Estado. Ya solo le faltaba el sorbo al carajillo y seguir con la partida.
Es absolutamente repugnante que se reconozca el terrorismo de Estado con tanta desfachatez, con tanta chulería, como repugnantes fueron sus andanzas pseudocarcelarias tras ser condenado por los tribunales. En lugar de lloverle censuras le llovieron indultos, palmadas en la espalda, abrazos y parabienes. A él y a todos sus compinches promotores de aquel terrorismo de Estado que fue aplaudido con complicidad y disimulo por el PP y silenciado por la mayoría de los medios de comunicación.
Y ahí le tenemos, el matón de barrio, orgulloso de haber protagonizado a las órdenes del Señor X uno de los episodios más indecentes de la reciente historia española. Han pasado 40 años desde aquellos crímenes de Estado y ante este obsceno reconocimiento del delito solo se escucha el eco del silencio, del encubrimiento y del desprecio al más alto valor de la democracia que es la vida humana. El pacto de hierro que parece firmaron los dos grandes partidos para consentir los crímenes de Estado sigue en pie y ni el Señor X, ni quienes con él compartieron el poder, ni sus barones de toda la vida han tapado la boca al charlatán. Por supuesto, Feijóo y sus incondicionales tampoco. Ya si eso, quizá le darán una vuelta en la campaña electoral. La prensa de orden, chitón y a otra cosa. De los actuales sucesores de aquella indignidad, solo el ministro Marlaska, y con sordina, ha reconocido que aquello fue un desastre. Menos mal que Eneko Andueza y Denis Itxaso no han tenido pelos en la lengua y han librado al PSE de las cadenas a las que ataron al partido los Damborenea, Sancristóbal y demás facinerosos de antaño.