Una amiga me dice que ha visitado a un vidente. Sí, hay de todo entre mis amigas. Resulta que el vidente, dice, es capaz de escuchar las voces de la gente que te rodea, o sea, escucha las voces que resuenan en tu mente. Me cuenta que cuando entró, el vidente frunció el ceño y se llevó una mano al oído, como si le atacara un ruido ensordecedor, como si una multitud le hablara al mismo tiempo. “Uf, tienes mucha gente ahí hablando”, le dijo.

Una vez que me contó esto, no le pregunté más sobre su sesión, ni siquiera por la razón de acudir a un vidente, que hubiese sido la pregunta obligada. Quizá realmente lo que me quería decir era que necesitaba ayuda, alguien que la escuchara y no fui capaz de captarlo. Pero es que me quedé atrapada en la idea de las voces que nos rodean, y, a partir de ahí, no pude pensar en nada más.

¿Qué voces te rodean a ti? ¿Te rodean voces? Me lo pregunté a mi misma. Y empecé a imaginarme cuáles podían ser esas voces. Me vi, por ejemplo, a punto de dejar algo a medias y escuchando de repente la voz de mi madre al fondo: ¡Lo que se empieza hay que rematarlo!; Me vi también escribiendo alguna ficción y escuchando de repente una voz lectora diciéndome: ¿En serio? Eso no es para nada creíble, bórralo.

Es importante darse cuenta de qué voces nos acompañan, porque acaban influyendo en nuestras decisiones. Y por eso es necesario también que a las personas que tienen algún poder de decisión en nuestra sociedad, a alguien que ostenta un cargo político o que dicta una sentencia, por ejemplo, le lleguen la mayor diversidad de voces posibles. Porque de esa diversidad dependerá que sus decisiones sean equilibradas y dirigidas al bien común. En este caso es necesario que “tengan ahí mucha gente hablando” como según el vidente tenía mi amiga.

Y ¿tú? ¿Te has preguntado qué voces te acompañan? Seguramente no te hace falta que vayas a un vidente para identificarlas. Sabes cuáles son y cuánto dicen de ti.