er para creer. La izquierda abertzale salva con sus votos a ese Gobierno español acusado de vil espionaje al soberanismo. La comisión de secretos oficiales abre sus puertas por primera vez en democracia a quienes preferirían vivir en otro Estado. Esa Andalucía pintada de rojo y libertad en los libros de poesía y en las canciones protesta camina hacia una cómoda mayoría del PP moderado que para sí quisiera toda la izquierda junta. Ese Rufián que advertía hace quince días del peligro de olvidarse del precio de la luz y de la subida de la gasolina porque así sería más fácil la vuelta de la derecha al poder vota ahora cabizbajo contra una ayuda de 16.000 millones para la economía doméstica. Ese Feijóo catalizador de la reactivación ilusionante de los suyos con un mensaje propositivo y ademanes de salón queda reducido a un mero espejismo cuando se trata de afear la debilidad de Pedro Sánchez. En este abismo de singulares contradicciones anda el juego. Y queda mucho partido.
PNV y EH Bildu han demostrado una altura de miras que escasea en el Congreso precisamente cuando se asistía a la disyuntiva más sólida para desestabilizar al encogido Gobierno de coalición. Con este decisivo apoyo a las cosas del comer bajo el chaparrón de un espurio espionaje, el presidente esquiva otro dardo envenenado a su línea de flotación, cada vez más cercada. Lo hace, como siempre, usando el comodín de la cesión, el argumento recurrente de los endebles, aunque en esta ocasión el apuro le ha obligado a rodearse de una cabriola. Al empeño se ha prestado audaz Meritxell Batet para hacer de su capa un sayo cuando se trataba de cambiar las mayorías que venían boicoteando la presencia de esos partidos que en lenguaje de calle del CNI son un peligro para la unidad de España. Deshecho este incómodo nudo gordiano, el cielo empezaba a despejarse para Sánchez. Y eso a pesar de que Margarita Robles no perdía ripio para echar más gasolina al fuego con algunos comentarios muy propios del unionismo que enardecían por minutos al bando de los irritados.
La incesante tormenta del espionaje -sigue sin llegar a los tribunales y a la pública exhibición de pruebas- gripaba el motor del decreto anticrisis. Fue entonces cuando la izquierda periférica entendió que debía reaccionar ante el fundado riesgo de que pudiera pincharse el globo de la mayoría parlamentaria en favor de una derecha al acecho de otro mordisco. Lo hizo repartiéndose con gusto los papeles. EH Bildu aceptaba encantada cubrir las espaldas de ERC en un compromiso de semejante envergadura. Así, la coalición disponía de una imagen de compromiso estatal que viene buscando en Madrid y que la caverna mediática recibió ayer enervada sin disimulo; de paso, permite a los republicanos catalanes reafirmar el órdago de Aragonès al sector socialista del Gobierno mediante su rechazo al plan millonario de ayudas.
Por encima de esta suerte puntual, solo hay más desconfianza. En un amplio sector del establishment madrileño genera sarpullido imaginarse a valedores de la independencia -incluida el exotismo de la CUP- manejando información de la seguridad nacional del país que consideran ajeno y de que, desde luego, quieren irse cuanto antes. Incluso, hasta en nichos del socialismo tradicional tan poco afectos a la causa de la revisión del actual modelo de Estado como ocurre con el incombustible Page. Sánchez no lo debería echar en saco roto. Además, tampoco está descartado que un repudio similar se pueda producir en un amplio espectro sociopolítico. Quizá sea el mismo ámbito que justifica sin sonrojarse el espionaje a figuras soberanistas con argumentos que no estarán muy alejados de la perplejidad mostrada por la lengua viperina de Macarena Olona al detectar el profundo malestar de cuantos denuncian este ataque a los derechos individuales de libertad.
Así las cosas, se avecina un final de infarto para el resto de legislatura. Sobre todo, si las encuestas clavan sus actuales previsiones sobre la suerte electoral en las urnas de Andalucía. Una demoledora victoria de Moreno Bonilla, que muy posiblemente no necesitaría el 19 de junio del apoyo de Vox supondría un viacrucis sangrante en los meses siguientes para ese proyecto de unidad progresista que Sánchez empieza a pergeñar en su imaginación. Nunca como ahora la izquierda andaluza, tan fragmentada y en estado de shock, trata de buscarse a sí misma. Por eso se agranda la sensación de que les viene el lobo de un PP renacido bajo el liderazgo que necesitaba.