sta semana pasada se dio a conocer (maquillado para eliminar las menciones a la democracia y la participación popular, qué cosas) el nuevo informe climático que muestra el fatal impacto para nuestras sociedades que se avecina si no ponemos inmediato remedio, dejamos de hacer el tonto y actuamos de verdad deteniendo el calentamiento. Y mientras la peor noticia para nuestro futuro apenas alcanzaba brevemente a ser titular, en muchos lugares compañeros y compañeras de la ciencia se declaraban en rebelión, incluso en pánico: ya está todo demasiado bien dicho, absolutamente claro y la ciencia no puede seguir avisando si nadie quiere escuchar. Porque si algo ha quedado claro en todo este proceso es que los estados y las corporaciones siguen empeñados en seguir el camino hacia la destrucción, como avisa el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, nada sospechoso de radical antisistema.
Así que habrá que decir que ya basta, que perdonen por molestar sus conciencias pero esto no puede quedar en avisos como otra salva de fogueo mientras todo sigue como antes para mayor beneficio de quienes más contaminan y degradan el planeta. El otro día se sentaron gente de la ciencia delante del Congreso en Madrid, con zumo de remolacha para colorear las columnas. Nada, los largaron en un rato y lo dejaron todo limpito, porque creen que la sede de la soberanía nacional no debe mancharse con minucias como la emergencia climática. Lo triste es que aún tenemos tiempo para actuar (aunque con dificultad) pero parece más importante seguir haciendo negocio, el lavado de cara con etiquetas verdes y de sostenibilidad y esperar el fin del mundo mientras los mismos de siempre engrosan sus cuentas. Pues no con el silencio de la ciencia, sino con rebelión ciudadana, también rebelión científica.