orprende enormemente ver cómo España ha quedado fuera del envío masivo realizado por casi todos los países de la Unión Europea y de la propia Unión a Ucrania, teniendo en cuenta que España es uno de los grandes exportadores de armas del mundo, aunque suene feo o muchos no hayamos querido recordarlo hasta ahora. En otro contexto, este tema sería impensable, pero en una situación en la que peligra la paz a nivel mundial, parece que esta decisión ha sido comprendida y apoyada por gran parte de la población. No quiero ser yo una defensora del envío masivo de armamento, a pesar de que se haga habitualmente, como demuestra el incremento de las exportaciones como una facturación de más de 650 millones de euros anuales. Pero en este momento, en el que incluso los que somos pacifistas podemos comprender lo que ha ocurrido en Ucrania y lo sola que está frente al gigante ruso, parece incoherente al menos, no apoyar la defensa ante una invasión tan desproporcionada, dantesca y dolorosa como la que estamos viendo en las últimas horas.

Cierto es que se me ocurre una explicación para cierta incoherencia en esta decisión: la presión al Gobierno de sus socios, algunos de los cuales han estado más pendientes de criticar a la OTAN que al iluminado exespía de la KGB que tiene hoy al mundo en vilo. Quizás esté perdiendo el sentido de la perspectiva, pero lo que parecía injustificable o políticamente incorrecto antes de esta guerra, hoy parece necesario. Está claro que si somos puros la exportación de armas no parece moralmente muy sostenible, aunque sea una realidad, pero tampoco otras exportaciones, o políticas, o decisiones. Ahora es el momento de pensar si merece la pena quedarnos fuera de este apoyo a un pueblo que está necesitando mucha más ayuda para no ser aplastado y, con él, la integridad de los territorios y el orden internacional que tanto progreso nos ha dado en Europa.