os años después de vendavales, apuros, grescas y contagios, ahí sigue enhiesto el junco presidencial Pedro Sánchez. Aquellos exiguos dos votos de diferencia que le auparon en enero de 2020 a un sueño que solo creyeron posible él y un grupo de entusiastas, ahora purgados, han cambiado la vida política española. Así las cosas, es posible una inédita coalición de izquierdas y, sin embargo, el desempleo sigue bajando; la derecha mediática sigue desgañitándose contra un gobierno de coalición entregado a bolcheviques y separatistas y, en cambio, es el PP quien no acaba de levantarse del sillón del psicoanalista; el procès se hizo bravo con los errores de Mariano Rajoy y, paradójicamente, ahora transita disfrazado por las cuatro esquinas como alma en pena; se asiste durante interminables meses a la crisis sanitaria, social y económica más sangrante de la historia reciente, mientras el país aguanta y, afortunadamente, se dispone a su rehabilitación con la singular ayuda de los fondos de la UE. Todas las explicaciones para tan inauditas contradicciones se pueden encontrar detalladas en el manual de supervivencia de PS.
Solo un acreditado prestidigitador del travestismo político como el intocable líder socialista puede surfear tan encrespadas olas. Lo hace con inusual solvencia dentro y fuera del partido, de un PSOE que ya es suyo, ni de la Federal ni de los afiliados. Como le ocurre en el Gobierno, donde ha lidiado como nadie imaginaba la cohabitación con su enemigo visceral Pablo Iglesias, a cuyo velatorio institucional asistió con la risa contenida. También en su discurso, que hoy le lleva a anatematizar a EH Bildu o a traer de las orejas a Puigdemont y mañana cierra acuerdos presupuestarios con la izquierda abertzale y entrega su alma a los designios de ERC. Así se explica que muchos no le crean sus previsiones y que aumente la legión de descreídos. Pero esta táctica arrogante y positivista le da elocuentes resultados para enojo de una derecha exasperada, recluida en su discurso frentista y áspero hasta el insulto grotesco para fomento de una tediosa polarización.
En ocasiones, Sánchez tiene que sacudirse de sangrantes tropiezos, aunque los liquida sin demasiado escrúpulo ni acto de contrición aparente. Le acaba de ocurrir con el patinazo del ministro de la cuota. Alberto Garzón sigue siendo una fuente de inoportunidad. En pleno éxtasis de sus compañeros de gabinete por la mejora del empleo y la conquista de una reforma laboral por la que nadie daba dos euros, va y se enfanga con las granjas, como antes lo hizo con el sexismo de los juguetes, la publicidad de las apuestas o la carne roja. Nadie acaparó tantas papeletas para garantizarse una merecida sustitución. Le favorece que no son momentos para hacer mudanza ni tampoco en la coalición Unidas Podemos están para más revuelos internos hasta que se asiente el tsunami de Yolanda Díaz.
Ahora bien, no hay tiempo para la tregua. La ansiedad instalada en Génova lo impide. Hay consigna de salvar de la quema cuanto antes al líder y sin remilgos. Una conjura de la séptima planta para que Casado no se queme en la pira donde riegan gasolina un liderazgo cuestionado hasta por buena parte de la patronal, una permanente irritación por la mejora económica del país, una dependencia enfermiza de la ultraderecha, la sombra alargada de Díaz Ayuso y la lógica reverberación exitosa del manejo del Gobierno del maná europeo. Demasiados fuegos como para salir ileso. En su caso, y a la vista de los tropiezos acumulados, no consta un manual solvente de supervivencia PC. De momento, en apenas un mes le aguarda el reto de revalidar el poder en Castilla y León sin dejar demasiados pelos en la gatera, léase concesiones a Vox cuando se trate de gobernar. Luego vendrá Andalucía. Su campaña y sus resultados agitarán la legislatura estatal sin duda.
Más cerca, la vuelta de las vacaciones navideñas en la Corte también asegura morbo. Para la rentré del lunes, todos los ojos estarán pendientes sobre la posible presencia -siquiera telemática- de Casado en el desayuno de Fernández Mañueco y al que presentará la presidenta madrileña. Queda asegurado el despliegue informativo para cubrir un acto en el que se sucederán el despiece menudo de Garzón por su última ocurrencia, la insolvencia de Ciudadanos, los dardos a la reforma laboral y, por supuesto, el respaldo del PP, aunque con palabras más gruesas e intencionadas políticamente, al reconocimiento a las víctimas de ETA que transmitió el rey Felipe VI en la Pascua Militar. Vaya, de manual.